Tan cierto es que en las movilizaciones callejeras de Cataluña hay de todo, desde furibundos independentistas hasta templados burgueses, y pijos, y ácratas, y parados, y señoras, y ciclistas, y charnegos, y «hipsters», y profesores, o sea, de todo, como que en la calle ese todo deviene en una masa informe, sin siluetas ni perfiles, que secunda (no que protagoniza, sino que secunda) el sueño de otros que sí conservan la silueta y el perfil, los Puigdemont, Junqueras, Forcadell, Rufián, Gabriel y compañía. Todos sueñan, pero los unos sueñan los sueños de los otros. Tal es el sino de las masas, el de seguir ciegamente a quienes les roban los sueños.
El Puigdemont de escalofriante doblez política, si es que no de apabullante amoralidad que vamos conociendo, tiene un sueño, pero manda a las masas a la calle a por él, a que se lo traigan. Poco le importa, al parecer, que en el imposible camino la masa se extravíe, se despeñe o se descalabre, pues las masas sólo tienen una función para los césares visionarios, la de lograr no importa a qué precio lo que ellos persiguen y solos no pueden. A la calle, a la calle, prietas las filas, enhiestas las banderas, que se vea bien la fuerza incontenible del pueblo, si bien, desde luego, de un pueblo sin formas, sin siluetas, sin perfiles, sin variedad, sin individuos. Los Puigdemonts que la desidia del estado español ha creado, han creado, a su vez, ese masa que suplanta al pueblo catalán, esa masa pretoriana.
Salgan las masas a defender lo indefendible, la apropiación de una cultura, de una historia, de un territorio, de sueños tan diversos, por parte de una minoría, la burla a las instituciones ajenas y a las propias, la supuesta supremacía en todos los ámbitos sobre los otros pueblos de España, el desprecio a la ley, salgan las masas a defender todo eso, y los niños, adoctrinados durante décadas en todo eso, primero. De cuanto desastroso y perturbador se ha podido ver desde que el poscatalanismo perdió el oremus, las imágenes de los escolares chillando las consignas del 1-O por las calles, pastoreados por sus profesores, son, sin duda, las más aciagas.
La entrevista de Jordi Évole a Puigdemont nos ha dejado ver, a quienes, catalanes o no, conservamos la forma y los sueños propios, quién hay, qué hay, detrás de esas masas, dándole el cambiazo de los sueños.
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