Mala cosa, sí, cuando se habla tanto de policías, autonómicos y nacionales. Titulares que hemos visto en las últimas horas como ‘Guardia Civil y Policía asumen el control en Cataluña para ‘colaborar' con los mossos' resultan francamente preocupantes. Las imágenes de un coche de la Benemérita destrozado por manifestantes en pleno centro de Barcelona tampoco induce a la tranquilidad. El hosco silencio del mayor de los mossos, Josep Lluis Trapero, a quien en Madrid consideran instalado en una silenciosa e indemostrable sedición, tampoco es buena noticia: ¿a quién se le ocurre dejar en manos de alguien así la buena o mala culminación del ‘procés' que acabará, de una u otra forma, el domingo día 1 de octubre? Cuando encaramos ya la recta final de esta época de infarto, en la que no ha faltado ni siquiera un atentado terrorista, lo menos que puede decirse es que hemos visto mucha improvisación, muy escasa preparación política -sobre todo, claro, en la Generalitat-, algunos errores del Gobierno central, especialmente en lo que se refiere a comunicación -pero ¿a quién se le ocurre enviar los refuerzos policiales en un barco adornado con las figuras de Piolín y Silvestre?-. Lo que ocurre es que ya llegará el momento de repasar equivocaciones, tardanzas en formar un bloque constitucionalista y reticencias y grietas en ese bloque. O el mal funcionamiento del Parlamento ante la quiebra de las instituciones en Cataluña. Hoy, la verdad es que me parece que hay que situarse al lado de ese Gobierno central que muestra sentido común, más allá de los dislates que supone estar más preocupado por los tertulianos de las ‘teles', quitando y poniendo, que por la cobertura internacional que Puigdemont está logrando en periódicos de gran influencia en el mundo. Todo eso, y un repaso al viejo tema de la corrupción, es asunto que habrá que analizar, con calma, a la hora de ajustar cuentas ante unas elecciones. Hoy, como diría el ex molt honorable, cuando aún le considerábamos algo, eso no toca. Hoy, creo, toca respaldar al Gobierno central, al de Rajoy, que es lo único que tenemos. En fin, confiemos en que la estrategia de relativo silencio (sobre todo ante los corresponsales extranjeros) de Rajoy dé fruto. Que los difíciles pasos que está dando el ministro del Interior, una figura puesta en valor, sean eficaces. Que las medidas de la Fiscalía no se sequen en el pedregal. Que las decisiones de los jueces, incluso deteniendo a gentes en las consellerías, se acaten, aunque no se compartan. Y roguemos, en fin, por que no se repitan situaciones de extrema tensión callejera como las del miércoles en las cercanías de Las Ramblas: la Guardia Civil hizo allí alarde de paciencia y contención que esperemos que se mantenga, porque el acoso que están sufriendo es casi extremo. Mala cosa cuando la locura se instala en las redes sociales y la guerra se extiende a las ondas, quien sabe si con intervención o no de los ‘hackers' del Kremlin, nada menos. Mala cosa cuando a Assange o a Snowden se les escucha más que a Serrat o a Vargas Llosa. Quién sabe cuántos ‘daños colaterales' van a quedar sembrados sobre el terreno tras todo lo ocurrido en este mes de septiembre. Pero hay muchas cosas, desde el mayor Trapero hasta la alianza de Puigdemont con la CUP, o la propia figura de Puigdemont, o el Estatut al que han hecho volar, o esa política de (in)comunicación del Gobierno (y del Govern, claro), o el Parlament roto, que no podrán seguir como estaban. No se pueden saltar casi todas las leyes de la democracia, del respeto a las leyes, al diálogo, a las buenas costumbres políticas, sin que se produzcan consecuencias irreversibles. ¿Cuáles consecuencias? Pues mucho va a depender del desarrollo de la semana que entra, y que desembocará en los sucesos del 1-o, sean cuales fueren, que desde luego no serán la celebración de un referéndum, se ponga como se ponga el president de la Generalitat en el Washington Post. Me dicen que Rajoy y Pedro Sánchez han suscrito un pacto tácito, desde luego no escrito, para emprender, a partir de octubre, una política de veras reformista, contando, claro, con Ciudadanos, un partido al que ni en el PP ni en el PSOE se quiere, por motivos obvios, dar mucho protagonismo. Puede que le tiendan una mano al Puigdemont caído, o quizá traten de precipitar su despeñamiento. Vamos a vivir jornadas de tensión sin cuento de aquí al domingo 1, pero también posteriores jornadas en las que de veras se demostrará quién tiene aquí, y quién no, verdadera talla de estadista, que es cualidad que, hasta ahora, no hemos visto prodigarse a ninguna de las figuras en juego.
Opinión / Fernando Jáuregui
Mala cosa cuando se habla tanto de policías
25/09/17 5:44
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