Realmente creo que demasiados políticos se comportan como animales irracionales. No entiendo cómo a unos seres de vulgaridad tan extrema alguien quiera adorarlos como si fueran líderes mesiánicos. Y especialmente me asombra que si vivimos en una democracia, atada a una Unión Europea que cada año recorta más las soberanías nacionales, broten con fuerza los histéricos nacionalismos que ponen en peligro la convivencia y desentierran estúpidamente el hacha de guerra cainita.
Recuerdo otra vez la definición dada por el gran Groucho: «Un político es alguien que busca problemas, los encuentra, emite un diagnóstico falso y aplica la solución equivocada». Por tanto habría que vigilarlos mucho mejor. Es la famosa transparencia, dotar de más medios a una Justicia que debería ser más rápida y atender mejor a Policía y Guardia Civil, para que los políticos corruptos griten eso que acabó con el molt honorable que tantos vientos de guerra sembró mientras se lo llevaba crudo: «¿Qué coño es esto de la Udef?».
Como sabía Pio Baroja, los nacionalismos se curan viajando. Y los fanatismos, leyendo más allá de los manuales sectarios y charlando con gente que no está obligada a pensar como tú. La situación catalana es muy preocupante por la fractura social que se ha creado. Algunos pretenden traer ese mismo río revuelto a Baleares, pero de momento no se hace tanto caso a los predicadores de odio. Sin duda deseamos una mejor administración, pero de ahí a tragar las ruedas de molino nacionalista media un mundo de cortesía y sentido común verdaderamente mediterráneo.
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