Nunca el crimen será a mis ojos un objeto de admiración ni un argumento de libertad; no conozco nada más servil, más despreciable, más cobarde, más obtuso que un terrorista», escribe desde sus Memorias de Ultratumba el vizconde de Chateaubriand.
El atentado en nuestra querida Barcelona acerca otra vez a la cómoda Europa la sinrazón del Terror. El fanatismo sacude el sueño del bienestar de los que olvidan la Historia, ese registro, según Edward Gibbon, de los crímenes, locuras e infortunio de la humanidad.
Pero también de la bondad y los avances de una sociedad, de los valores democráticos que van más allá de votar cada cuatro años, de la tolerancia con diferentes ideas y la protección de la sagrada libertad individual. La civilización, o sea.
Y el maestro Antonio Baciero, que es un humanista –corazón romántico y cabeza clásica—, hijo de las luces y notas del milagro musical europeo, ofrece sus conciertos en San Carlos, dentro del Festival Internacional de Música de Ibiza, en memoria de las víctimas del absurdo fanatismo.
Bach, Chopin y Liszt son excelentes antídotos contra la estúpida barbarie que contagia a tanto esclavo-cabrón-asesino, y Baciero, que es un genio en apariencia despistado pero siempre vibrante al piano, los toca de maravilla. Recuerdo con placer el concierto que dio en Cartagena de Indias, cuando fui expedicionario con Miguel de la Quadra-Salcedo, quien ideó un bravo proyecto para hermanar a los jóvenes de Iberoamérica y España.
La música que nos regala Baciero también hermana en el gozo de la milagrosa cultura.
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