Como no pude asistir a su último estreno en Can Jeroni, había quedado con el prodigioso Alain Deymier para ver el film en su casa, donde siempre me tenía preparada una vodka helada. No ha podido ser, pues mi admirado amigo ha volado ya más allá del velo de Tanit.
Alain era absolutamente encantador, generoso, guapo, elegante y poseía un espíritu indomable que le permitió vivir plenamente aunque una puta enfermedad mermase sus facultades físicas. Gran señor como era, jamás le escuché quejarse.
Enamorado de Ibiza, Alain gustaba las maravillosas posibilidades de la vida. Dominaba el arte de la fotografía y nos regaló una serie de películas personalísimas, donde plasmaba lo que quería. ¡Cómo me he reído con él! Conocía perfectamente el gozoso arte de la frivolidad –que tan solo es superficial para los cretinos puritanos o tontainas sin fondo alguno— y sabía reírse de todo, empezando por él mismo. Amante de los viajes, de la ópera, del ballet, de los encuentros chispeantes, poseía un apetito de belleza que le mantenía con vida. ¡Realmente volaba desde la silla de ruedas!
A veces yo dormía la mona en su casa. Al amanecer, cuando trataba de salir discretamente, siempre oía un alegre bonjour!, y entonces desayunaba en su cama una botella de champagne, en compañía de sus amantes y la siempre adorable Michelle. Entonces la charla se tornaba picante y maliciosa, y la juerga seguía porque la vida ama a los que aman la vida.
Querido Alain, ha sido un privilegio conocerte.
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