Parejas retozando en la arena de playas y calas, jóvenes, y no tan jóvenes, buscando posturas imposibles dentro del mar, mientras emulan los instantes más tórridos de «Lucía y el sexo», y zonas boscosas convertidas en lechos mullidos. El ecosexo ha llegado a Ibiza.
La isla blanca es pionera en el arte de secundar nuevas corrientes de placer y uno de los primeros rincones de Europa en hacer suya la moda de “hacerle el amor a la tierra o a la naturaleza”. En Estados Unidos las artistas Annie Sprinkle y Elizabeth Stephens captan cada día más seguidores en sus redes sociales gracias a sus vídeos rozando flores, introduciendo los dedos en frutas, oliendo la hierba o abrazándose a un árbol con gestos libidinosos y, aunque ellas se declaran asexuales y solo lo practican de forma espiritual, esta corriente se ha extrapolado a los que prefieren bañarse desnudos en compañía y compartir con el medio ambiente y otros brazos, piernas y labios esa comunión con el entorno.
Si pensaban que los tabloides británicos solo se harían eco estos meses de casos de balconing en Ibiza, horrendas intoxicaciones alimenticias, mordeduras de tintoreras convertidas en peligrosos tiburones azules que acechan nuestras costas y “encuentros en la tercera fase” en vuelos de compañías de bajo coste, esperen a que esta noticia cale entre el público guiri y llene las portadas de estos «pseudoperiódicos» que hacen de todo menos informar. En fin, no se olviden de que la canción «Me comí una pastilla en Ibiza» fue récord de ventas el verano pasado y que la gente la cantaba con la misma vehemencia que el horrendo “Despacito” de este 2017.
En nuestra isla puede pasar de todo y todo puede ser material de una crónica.
Humor negro aparte o, con este calor y los personajes que nos frecuentan, casi humor amarillo, y aunque este artículo es tan cierto como el bulo que corre por Facebook asegurando que los móviles se recargan si los metemos un minuto al microondas, el ecosexo siempre ha triunfado en nuestra isla independientemente de las modas importadas del otro lado del charco.
Reitero que esta noticia es falsa, carne de El Mundo Today, y que quienes la den por veraz será porque no se han molestado en llegar a este párrafo en el que les aseguro que todavía no hay cifras ni datos con los que les pueda confirmar que su práctica ya ha llegado a nuestro país. Si bien es cierto que en la pasada Noche de San Juan entre saltos de hogueras y sardinitas se podían ver más escenas “para adultos” en nuestras playas que en algunas páginas de Internet solo aptas para mayores de edad, eso no quiere decir que todos los que practicasen el deporte más antiguo del mundo buscasen de forma consciente sentir la tierra bajo sus cuerpos y obviar todo artificio.
Me da a mí en la nariz que en realidad se trataba, en la mayoría de los casos, de meros encuentros carnales propiciados por el veranito, las cervecitas y la sensación de felicidad que provoca estar de vacaciones. La delgada línea que separa la consumación de los instintos más básicos y primarios con una búsqueda mística de enlazarse con la madre tierra cambia de tamaño dependiendo de los ojos que la recorran. Si la transitan entre las líneas de este periódico les aseguraremos que el ecosexo no ha llegado a Ibiza, aunque en cuanto este camelo llegue a otros «medios» no puedo garantizarles que no copen portadas y titulares al más puro estilo Steven Spielberg: «El ecosexo y los tiburones invaden Ibiza».
Por cierto, si quieren iniciarse en la ecosexualidad pueden recorrer desnudos nuestros campos de hierbas ibicencas, higueras o naranjos acariciando sus hojas y flores o introduciendo la lengua en la pulpa de las frutas para compartirlo en sus cuentas de Instagram, así podremos decir que un día creamos una noticia.
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