En este día, el más importante y grande de todo el año, a todos los habitantes de Ibiza y Formentera, a todos sin excepción, que os miro como hermanos y amigos, muchas felicidades y buena fiesta de Pascua.
Y ese deseo de felicidad y buena fiesta que auspicio para todos, ¿cómo es posible obtenerlo? Pues sencillamente comprendiendo y viviendo la Pascua como lo que es: La Resurrección de Jesús, nuestro Maestro y Hermano. Es un día para repetir con alegría las palabras de María Magdalena: “Cristo, mi esperanza ha resucitado” y diciendo esto todos juntos como miembros de la Iglesia: “Sí estamos ciertos y convencidos: Cristo verdaderamente ha resucitado”. En este día tenemos, pues, que dejarnos llenar de la luz y de la alegría que derivan del misterio de la resurrección de Jesús y, en consecuencia reafirmar con vigor y convicción nuestra fe en Cristo Resucitado.
Que Jesús haya resucitado verdaderamente es un dato real, un hecho histórico documentado ampliamente. Y considerando a Jesús en el cielo, resucitado y sentado a la derecha del Padre es nuestra meta y tenemos que seguir los pasos y las enseñanzas de Jesús para llegar también allí. Acogiendo las Palabras divinas la Pascua ha de ser un tiempo de compromiso apostólico. Cada uno, desde su situación y posibilidades, está llamado a dar testimonio de nuestra fe en el Señor Jesús, muerto y resucitado para nuestra reconciliación por medio de los contenidos de lo que nuestra fe enseña. Los nn. 631 al 655 del Catecismo de la Iglesia Católica son una excelente escuela para ello. También serán de gran beneficio las catequesis de San Juan Pablo II sobre este hecho de nuestra fe, así como las hermosas homilías que han pronunciado Juan Pablo II, Benedicto XVI y Papa Francisco en la celebración de la Vigilia Pascual a lo largo de sus años de pontificado.
La Pascua la empezamos ayer por la noche en la Catedral y en todas las parroquias con la Vigilia Pascual, celebración liturgica privilegiada para vivir y anunciar la alegría del Resucitado. Experimentamos con especial intensidad en este tiempo el júbilo desbordante que embargó el corazón de nuestra Madre María, el de los apóstoles y discípulos de Jesús, al escuchar la buena noticia: ¡ha resucitado!
Contagiémonos, pues, de la experiencia de fe que invade la liturgia de Pascua: «¡Cristo nuestra Pascua, se ha inmolado en la cruz por nuestros pecados y ha resucitado glorioso: hagamos fiesta en el Señor!». Acojamos los frutos de la reconciliación y demos testimonio con toda nuestra vida de que el Señor Jesús es verdaderamente la resurrección y la vida.
El gran acontecimiento de la Resurrección del Señor que la liturgia nos permite revivir, nos llevará naturalmente a seguir lo celebrando en casa y transmitirlo a muchas personas. La alegría no se puede esconder, no debe quedar ahogada cuando termina la Misa de Resurrección, todo lo contrario, salimos llenos de entusiasmo a compartirla con todos aquellos que nos vamos topando en el camino.
Esa alegría interior que experimentamos por saber que el Señor está vivo entre nosotros y que lo estará todos los días hasta el fin del mundo , debe reflejarse también exteriormente. Por eso es tan importante que la expresemos con mucha naturalidad en lo que hagamos durante los cincuenta días del tiempo pascual, que después seguirá con Pentecostés celebrando la venida del Espíritu Santo, la fiesta del Corpus, recuerdo de la presencia de Jesús con nosotros y para nosotros, la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, fiesta de su amor y misericordia.
Con estos sentimientos, pues, de nuevo, con afecto y estima, a todos buena, santa y feliz Pascua.
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