OPINIÓN | Joan Miquel Perpinyà
Sonrojante
La capital de las Balears debe ser el lugar del mundo que más cambia de nombre. Es dudoso que haya una ciudad que cambie su topónimo oficial con la habitualidad que lo hace Palma, lo cual es bastante lastimoso e indicativo del nivel de nuestra clase política, que una vez más da muestras de una persistente capacidad de caer en el ridículo, arrastrándonos a todos con ellos. Palma o Palma de Mallorca, he ahí la cuestión. Ya han cambiado el nombre tres veces en menos de diez años y el Partido Popular no renuncia a que haya una cuarta oportunidad. No es plan despreciar una nueva ocasión para ponerse en evidencia. Álvaro Gijón y sus compañeros de bancada debieran darse cuenta de que una cosa es el topónimo, el que figura en el Estatut d'Autonomia, y otra cosa muy distinta es una marca comercial con la que promocionarse en las ferias turísticas. Esta confusión es muy preocupante y aún más sostener que si se suprime ‘de Mallorca' vendrán menos turistas. Cuesta contener la risa y no es correcto reírse de un diputado, aunque mejor sería que él no diera motivos.
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