El año litúrgico es el año a través del cual la Iglesia y cada comunidad cristiana celebra, representa y trata todo el misterio de Cristo, desde la Encarnación al Nacimiento, desde la Pasión y la Muerte, a la Resurrección, la Ascensión y la venida del Espíritu Santo. Además nos presenta la vida pública de Jesús, su predicación, sus milagros, etc. tal como todo eso nos es propuesto por los Evangelistas. Como dice el Concilio Vaticano II: “recordando así los misterios de la Redención, la Iglesia abre a los fieles las riquezas del poder santificador y de los méritos de su Señor, de tal manera que, en cierto modo, se hacen presentes en todo tiempo para que puedan los fieles ponerse en contacto con ellos y llenarse de la gracia de la salvación” (Sacrosamtum Concilium, 102). Así visto, el año litúrgico que no es un simple recuerdo o una mera conmemoración de los acontecimientos del pasado, sino un hacer actuales, presentes y eficaces los misterios de la salvación. Así, cada año litúrgico si es vivido bien, es un nuevo tiempo lleno de gracia y de bondad divina.
Como he dicho antes, el año litúrgico comienza con el tiempo del Adviento, que comprende cuatro domingos, con sus semanas, que preceden a la Navidad, fiesta del Nacimiento del Señor.
El Adviento es el primer período del año litúrgico cristiano, que consiste en un tiempo de preparación espiritual para la celebración del nacimiento de Cristo. Los fieles cristianos estamos llamados a vivir este tiempo, estas cuatro semanas, como un tiempo de oración y de reflexión caracterizado por la espera vigilante, es decir tiempo de esperanza y de vigilia, de arrepentimiento, de perdón y de alegría. Que se nos note, pues, estimados hermanos y amigos que vivimos este tiempo.
Durante el adviento, se coloca en las iglesias y también en algunos hogares una corona de ramas de pino, llamada corona de adviento, con cuatro velas, una por cada domingo de adviento. Hay una pequeña tradición de adviento: a cada una de esas cuatro velas se le asigna una virtud que hay que mejorar en esa semana, por ejemplo: la primera, el amor; la segunda, la paz; la tercera, la tolerancia y la cuarta, la fe.
Hemos de vivir, pues, este tiempo de Adviento con particular intensidad de fervor y de obras en la perspectiva de la triple venida del Señor: la que ya tuvo lugar en Belén –su primera venida física a la tierra- ; la venida que tiene a nuestros corazones para hacernos llegar su misericordia y su amor; la venida gloriosa al final del mundo para llevarnos plena y definitivamente a su vida divina con cuerpo y alma.
¿Qué disposiciones hemos de tener para vivir plenamente este tiempo de Adviento? Fijándonos en el Evangelio de San Lucas 21, 36: «Estad en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza y escapéis a todo lo que está para venir, y podáis estar en pie delante del Hijo del hombre». Es la recomendación que nos hace Jesús. Velar, es decir, estar atentos a las cosas, no dejarse llevar por un estilo de vida ilógico.
Pero como nos ha dicho Jesús no sólo velar, sino también orar. La oración es expresión de la necesidad de Dios y de la confianza en sus palabras. Velar, orar y comportarse en consecuencia en el modo que le gusta a Dios que seamos.
Que este tiempo de Adviento, pues, que comenzamos ahora sea una ocasión propicia para un examen serio de nuestra vida espiritual, es un estímulo y estímulo para un mayor compromiso con la integridad cristiana.
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