En mi artículo de la pasada semana recordaba que en este corriente mes de octubre, como todos los meses del año, tenemos fiestas de la Virgen María, de modo que acercándonos más a la Madre de Jesús que en el Calvario su Hijo divino le encargó que fuera Madre nuestra podamos gozar de su ayuda e intercesión e inspirarnos en las enseñanzas de su vida para construir nuestra vida según estas enseñanzas.
Hemos celebrado ya la fiesta de la Virgen de Rosario, y con ese motivo animaba a que fuéramos asiduos en el rezo de esa oración que nos puede hacer tanto bien y ahora estamos a las puertas de la fiesta de la Virgen del Pilar, titular de una de las Parroquias de nuestra Diócesis en la Isla de Formentera y Patrona del Cuerpo de la Guardia Civil, fiesta en coincidencia con la fiesta nacional de España que es el próximo miércoles 12 de octubre.
El primer Obispo de nuestra diócesis, Mons. Manuel Abad y Lasierra, al establecer las veinte primeras parroquias, quiso dedicar una a la Virgen del Pilar, de modo que todas las enseñanzas que nos vienen de este título mariano nos sirvieran para los que vivimos aquí. Con estos sentimientos, pues, vamos a tratar de celebrar y aprovechar los beneficios que nos pueden venir de ello.
La tradición, tal como ha surgido de unos documentos del siglo XIII que se conservan en la catedral de Zaragoza, se remonta a la época inmediatamente posterior a la Ascensión de Jesucristo, cuando los apóstoles predicaban el Evangelio. Se dice que, por entonces (40 AD), el Apóstol Santiago el Mayor, hermano de San Juan e hijo de Zebedeo, predicaba en España. Santiago obtuvo la bendición de la Santísima Virgen para su misión.
Los documentos dicen textualmente que Santiago, «pasando por Asturias, llegó con sus nuevos discípulos a través de Galicia y de Castilla, hasta Aragón, el territorio que se llamaba Celtiberia, donde está situada la ciudad de Zaragoza, en las riberas del Ebro.
En la noche del 2 de enero del año 40 AD, Santiago se encontraba con sus discípulos junto al río Ebro cuando «oyó voces de ángeles que cantaban Ave, María, gratia plena y vio aparecer a la Virgen Madre de Cristo, de pie sobre un pilar de mármol». La Santísima Virgen, que aún vivía, le pidió al Apóstol que se le construyese allí una iglesia, con el altar en torno al pilar donde estaba de pie y prometió que «permanecerá este sitio hasta el fin de los tiempos para que la virtud de Dios obre portentos y maravillas por mi intercesión con aquellos que en sus necesidades imploren mi patrocinio».
A la Virgen María, bajo el titulo del Pilar se la representa como una imagen pequeña, de unos 38 centímetros sobre una columna. La Virgen sujeta con la mano derecha el manto de la espalda y con el brazo izquierdo sostiene al Niño Jesús. Así, el pilar es símbolo de la unión entre el cielo y la tierra, entre Dios y el hombre, siendo María el Pilar por el que el hombre puede unirse a Dios ya que gracias a ella Dios se hizo hombre en la persona de Jesucristo.
Así, viendo esa imagen el Pilar es símbolo de la fortaleza, del apoyo para construir algo que perdure. Y María en el pilar es para los cristianos ejemplo de fortaleza y fidelidad a Dios. María es la primera piedra de la iglesia; en torno a ella va creciendo el pueblo de Dios; el aliciente para los cristianos, en construir el reino de Dios, es la fe y la esperanza de la Virgen. En la Virgen del Pilar el pueblo ve simbolizada «la presencia de Dios, una presencia activa que, guía al pueblo elegido a través de las emboscadas de la ruta».
Que celebrando, pues, su fiesta el próximo miércoles, acojamos todas las enseñanzas que de ello nos pueden venir, la vivamos con alegría, paz y serenidad. Que bajo su protección y ayuda seamos, como ella, constructores de un mundo de fe, de perdón y de amor entre todos sin excluir a ninguno.
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