Cinco ciudadanos argelinos llegaron hace unos días a la costa de es Cubells. La distancia entre Argelia y Eivissa es de algo más de 270 kilómetros. Para conseguir su objetivo, estos ciudadanos argelinos han tenido que pasar, al menos, una semana en una pequeña barca de apenas cuatro metros y medio.
Que hayan llegado con vida hasta la costa ibicenca es un milagro y resulta difícil de imaginar la vida, día y noche, de cinco adultos en una barca de esta longitud. Pero lo que me pregunto ahora es qué harán en Eivissa, dónde se habrán escondido, qué habrán comido y si tienen algún refugio y hasta cuando podrán aguantar.
Quizás ellos creen que llegar a Eivissa es el final de sus problemas, que su aventura, porque no puede llamarse de otra manera, valdrá la pena y tendrá recompensa. Que cuando lleguen a Eivissa, o a cualquier punto de la costa española, encontrarán un trabajo, un piso, y podrán vivir cómodamente el resto de sus días. Que dispondrán de sanidad gratuita y escolarización para sus hijos, con los que presumiblemente intentarán reunirse en pocos años.
A veces los sueños se hacen realidad, pero mucho me temo que el futuro que les espera a estos cinco inmigrantes que llegaron en una pequeña barca a la costa de es Cubells no será nada fácil. Lo más probable es que sean detenidos y deportados a su país. Si no son encontrados, malvivirán en la isla, como muchos otros miles de inmigrantes ilegales. La inmigración, por desgracia, es un problema que los Estados no han sabido resolver. Además, la situación se ha ido agravando y la diferencia entre los países teóricamente ricos y los pobres es cada día mayor. Pero lo que no es tolerable son algunos discursos permisivos de los que, además, van repitiendo que aquí sobra gente. A eso se le llama irresponsabilidad.
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