Bromas y cuentos de hadas sin varita ni princesas aparte, la adaptación al cine de una novela que parece que descubre ahora un género que lleva décadas existiendo con mucha mejor pluma y argumento, ha revolucionado a féminas que no sé si es que no han leído un libro en su vida o si, realmente, tienen vidas tan aburridas como para fantasear con aventuras tan poco excitantes. Otras, por el contrario, ponen el grito en el cielo y denuncian consecuencias catastróficas en las adolescentes que emulen este modelo de mujer sumisa, insultando la inteligencia de sus lectoras. Sea como fuere, hay videojuegos, revistas y webs que proponen estilos de vida y actitudes más peligrosas que esta y a mí, sinceramente, me aburre escribir incluso este artículo. En esencia no me seduce una trilogía, si ya es infumable una no esperen que lea tres obras vacías, cuyo argumento, según me han contado, según me he informado y tal y como describe con maestría Wikipedia, trata de un psicópata controlador, machista y retrógrado, que inhibe la personalidad de una jovencita para manejarla a su antojo a cambio de regalos. Les ruego que no me digan eso de “si no lo has leído o no lo has visto no puedes opinar” porque tengo un mapa muy claro de la cantidad de agua que fluye en esta descafeinada e impía historia.
Los actores que encarnan a los personajes ideados por la oscura mente de la autora británica E.L. James nos muestran a una pareja extremadamente atractiva físicamente para desvestir prácticas sexuales vejatorias como si de una historia de amor se tratase. La obsesión no es nunca amor, sino algo muy parecido a lo que provoca una droga: adicción y es esto de lo que habla.
Seamos sinceros; yo no sé ustedes, pero mi poco tiempo libre acostumbro a invertirlo en libros interesantes, novelas históricas o al menos títulos de los que me gusta llamar “felices”, es decir, de los que cuando paso página, siento que he crecido o viajado. Para leer memeces ya tengo acceso a Internet. Si hago el esfuerzo de ir al cine, y en Ibiza ahora ya solo tenemos uno, por lo que singularizo, intento elegir tramas que se engrandezcan en una sala y no culebrones picantones.
No se crean que por escribir este artículo busco coartar la libertad de quienes encuentran placer con los BDSM, es decir, con la práctica del bondage, dominación, sumisión, sadismo o masoquismo siempre que lo hagan libremente en ambos casos física e intelectualmente me parece del todo lícito, sino que me enerva la sangre que tengamos escritores maravillosos que no consiguen publicar sus trabajos, aunque sea a menor escala, y que esta pantomima se venda como churros.
Antes de que me lo digan, ya sé que hablar de algo es darle más importancia y protagonismo del que merece, y que periodistas como yo somos los que hemos enarbolado esta historia, pero las sensaciones que me corroen son muy similares a las que sentí cuando se publicó “El Código Da Vinci”, cuando de pronto decenas de personas me decían que era lo mejor que habían leído… prueba irrefutable de que no era un hábito común en sus vidas. En aquel caso reconozco que sí indagué en sus páginas ligeras y entretenidas unas cuantas tardes en la playa, del mismo modo que también veo películas de ciencia ficción o de intriga con cierto interés. Eso sí, por aquí no paso: “culebrones” en mi casa no entran, eso se lo aseguro, y esta consecución de páginas baldías no es sino un folletín barato.
Lo peor de todo esto es que nos va a pasar como con Crepúsculo, que vamos a tragarnos dentro de unos meses el nuevo rodaje de esta mamarrachada que ha encabezado las listas de los superventas en todo el mundo, llegando a vender 31 millones de copias y superando a la serie de Harry Potter, que al menos introducía a los más pequeños en el amor por la literatura como ocurría en nuestros tiempos con El Señor de lo Anillos. El mismo desaliento que debe producir en millones de escritores válidos estos datos lo provocará en directores saber que esta película se ha convertido en la cinta más taquillera de 50 destinos diferentes, superando la barrera de los 400 millones de dólares.
La globalización y las estrategias de marketing millonarias nos demuestran que hoy ya no es preciso que un producto sea bueno, porque hay quienes lo adquirirán igual por el mero hecho de estar “en la onda”. Lo único bueno de toda esta historia es que tal vez una sola persona que jamás leía comprará otro libro distinto a este y descubrirá que la lectura es como el amor, quien dice que no lo aprecia es porque no ha encontrado al verdadero y nunca ha experimentado esa delicada y esponjosa sensación de entrar en la mente de alguien y seguir con el dedo y el alma en vilo cada una de sus palabras.
Un niño de nueve años me miró este verano fijamente en la piscina, mientras me terminaba los últimos versos de una obra grandiosa con los ojos acuosos, y cuando levanté la vista al sentirme observada me dijo: «¿Tú también piensas que los libros son el mejor medio de transporte que existe?». Todavía queda esperanza y hay luz, aunque algunos se empeñen en hacerle sombra.
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