Por todo ello, va a ser imposible sustituir el emisario de Talamanca. Lo impide el invierno. Llamémosle invierno, llamémosle burocracia, llamémosle aquello que perdura más allá de los gobiernos y los hombres. En la quietud de la burocracia, la mierda del emisario pronto se diluirá, dejará de oler, se convertirá en nada... Los papeles se amontonarán en la mesa, otros papeles se amontonarán en el cajón, e igual sucederá con los informes, las citaciones, los e-mails, los burofaxes...; los copos seguirán cayendo muy despacio. El conseller balear de Medio Ambiente, Biel Company, ha llegado a decir que la lentitud de la administración «le desespera». Si a él le desespera, no quiero imaginar el efecto que les debe producir a los comerciantes y vecinos de Talamanca.
Ciertamente, los procesos de la administración, en cualquiera de sus niveles y en cualquiera de sus ámbitos, deben estar sujetos a las máximas garantías. La tediosa burocracia sirve para reducir el error humano, para garantizar que los procesos sean transparentes. Pero no debería servir para entorpecer la toma de decisiones políticas, la ejecución de proyectos o la resolución de problemas urgentes; dichas decisiones o proyectos, cuando provienen de gobernantes elegidos democráticamente (y siempre que se ajusten a ley), se sustentan en la máxima legitimidad.
¿Cómo se enfrentan los gobernantes a la burocracia? Como pueden. Unos consiguen nadar un poquito con la nariz por encima del agua. Otros simplemente se ahogan sin más, quizá sin saber en qué espeso líquido han sucumbido. Creo que los ciudadanos debemos mostrarnos intolerantes ante el «y tú más» en que se han metido el PP y el PSOE desde hace años, una práctica que solo esconde su propia falta de ideas e iniciativa. Creo, también, que debemos mirar con lupa las propuestas, a veces tan espectaculares como quiméricas, de los partidos emergentes. A los primeros hay que exigirles que dejen de marear la perdiz. (La pobre perdiz está ya muerta.) A los segundos hay que exigirles que concreten sus propuestas, que aclaren sus intenciones. ¿Aspiran a gobernar? Pues que digan cómo. La población espera: somos todo oídos. Tic-tac.
Pero ni los primeros ni los segundos parecen preparados, en este momento, para sobrevivir a nuestra bien asentada y fría burocracia. Está de moda exigir a los políticos honradez y voluntad de servicio. Me parece fabuloso. Pero la burocracia está blindada contra dichas fuerzas; la voluntad, la bondad o el tesón, que permiten a los humanos sobreponerse a todo tipo de desgracias, resultan estériles contra la burocracia. En la burocracia siempre es invierno. La alcaldesa de Vila, Virginia Marí, podrá tener las mejores intenciones sobre el emisario de Talamanca. No lo dudo. A Biel Company le gustaría resolver el problema que tienen los vecinos de Talamanca. Seguro que sí. ¡Ah, pero están los técnicos!…; y si no son «nuestros» técnicos serán los técnicos «del otro»…; y si no son los técnicos serán los asesores o los jefes de gabinete o el sindicato de limpiadores de cristales… De modo que será mejor ir pidiendo otro informe, y que la otra parte pida también el suyo…, y luego pedimos un tercer informe para decidir cuál de los dos informes tiene razón… La burocracia consigue que cambiar un emisario que periódicamente escupe mierda a borbotones se convierta en una decisión totalmente desaconsejable, quizá ilegal (entonces, ¿dejarlo echando mierda sí es legal?). Consigue que una buena decisión política sea simplemente irrealizable. ¿Acaso no sacaría Virginia Marí un importante rédito político, si se consiguiese cambiar el emisario? ¿Al PP eso no le interesa?... Ni siquiera quieren ya ganar las elecciones.
A los nuevos candidatos y gobernantes, sean del signo que sean, hay que pedirles que, además de buenas intenciones y dos carreras y un máster, sepan dónde se meten. Es la burocracia, que debe estar al servicio de los gobernantes, y no al revés.
Hay una tira cómica de Mafalda sobre la burocracia. En la primera viñeta, Mafalda grita «¡Burocracia!», como llamando a alguien; Mafalda se sienta a esperar, con una hoja de lechuga en la mano; en las otras cuatro viñetas no sucede nada; en la sexta y última viñeta, llega lentamente una tortuguita; Mafalda la alimenta con el trozo de lechuga. La burocracia es, en efecto, muy lenta. Pero yo creo que lo más importante en esta historia no es la tortuga: es la hoja de lechuga. ¡La burocracia la pagamos entre todos!
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