En los últimos meses, entre otros, he publicado en este periódico diez artículos sobre la familia. Lo hago, y Dm., seguiré haciendo, partiendo de la experiencia feliz de la familia donde he nacido y criado y también acogiendo la actitud del Papa Francisco que, entre los objetivos de su pontificado, desde el inicio se ha manifestado como un defensor de la familia. Y haciéndolo Él como Pastor de la Iglesia universal, me siento animado a hacerlo yo como Pastor de esta Iglesia particular que camina en Ibiza y Formentera.
Es notable que las dos convocatorias del Sínodo de los Obispos –institución eclesial para mantener vivo y operante el espíritu de colegialidad de la Iglesia universal-, uno extraordinario el pasado mes de octubre de 2014 y uno ordinario para octubre de 2015, el Papa Francisco los va a dedicar a la Familia. Más aún, en la conferencia de prensa del 26 de mayo de 2014 sobre el avión, regresando del viaje a Tierra Santa, el Papa declaraba: «Estoy seguro que ha sido el Espíritu del Señor el que nos ha llevado a la elección de este título: estoy seguro porque hoy la familia tiene necesidad de mucha ayuda pastoral».
Dios nos ha creado a su imagen y semejanza. Y ello deja bien claro que Dios nos ha creado para amar. Y a cada uno le da una vocación para ejercer ese amor. A quienes nos llama a ser sacerdotes nos enseña a amar de una manera que es transmitiendo su Palabra, celebrando su presencia y fomentando la caridad; si lo hacemos, somos felices. A otros, llamándolos a la vida consagrada les anima a vivir en amor desde la pobreza, la castidad, la obediencia y el servicio; si lo hacen, son felices. Y a otros les llama a vivir en amor en el matrimonio y en una familia. Los llamados a la vida matrimonial realizan esa vocación a amar Y en la unión conyugal el hombre y la mujer realizan esta vocación en el signo de la reciprocidad y de la comunión de vida plena y definitiva. Y si lo hacen son felices.
Dentro de unos días será la fiesta de la Navidad. Nos estamos preparando para ello con tantas cosas: adornos, luces, felicitaciones, etc. Pero no olvidemos una de las verdades que han de brillar en Navidad: En Belén, hace casi dos mis años, hubo una familia, José, María y su hijo nacido en una gruta y colocado en un pesebre. Eran pobres, pero eran una familia unida y feliz. El Papa Francisco, en su primera homilía como Obispo de Roma y Sumo Pontífice –era el día de San José del año pasado- partiendo de la imagen de aquel carpintero a quien Dios le encargó que fuera custodio de María y de Jesús, nos recordó que en las familias cada uno ha de ser custodio de los otros. Y señalaba el Papa cómo se vive esa custodia: «¿Cómo ejerce José esta custodia? Con discreción, con humildad, en silencio, pero con una presencia constante y una fidelidad total, aun cuando no comprende. Desde su matrimonio con María hasta el episodio de Jesús en el Templo de Jerusalén a los doce años, acompaña en todo momento con esmero y amor. Está junto a María, su esposa, tanto en los momentos serenos de la vida como en los difíciles, en el viaje a Belén para el censo y en las horas temblorosas y gozosas del parto; en el momento dramático de la huida a Egipto y en la afanosa búsqueda de su hijo en el Templo; y después en la vida cotidiana en la casa de Nazaret, en el taller donde enseñó el oficio a Jesús».
Con esa manera-servicio de vivir en el matrimonio y en la familia, se actúa y refleja lo que son: un lugar de convivencia en el amor, donde se transmite y cuida la vida. Que no falte, pues, nunca el amor y la fidelidad en las familias. Ahora bien, la seguridad de tener y dar el amor nos lo ofrece Jesús, con su Palabra que dirige nuestros pasos y con su alimento eucarístico que nos da fuerza para afrontar las fatigas de cada día de nuestro camino.
Familias de Ibiza y Formentera, ánimo, sed familias donde se viva y se note el amor auténtico entre todos. Si hay familias así, habrá una sociedad excelente, habrá paz en todos los lugares. Lo dice también el Papa Francisco: «La familia es la fuente de toda fraternidad, y por eso es también el fundamento y el camino primordial para la paz, pues, por vocación, debería contagiar al mundo con su amor» (Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, 1º de enero de 2014, 1).
Con mi bendición y afecto.
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