A cada persona, Dios ha concedido aquellos dones de naturaleza y gracia para que los aprovechemos, durante esta vida, para practicar el bien.
En la parábola de los talentos el Señor nos enseña la necesidad de corresponder a la gracia, de hacer fructificar los talentos, pocos o muchos que hemos recibido. El talento no era propiamente una moneda, sino una unidad contable, que equivalía aproximadamente a unos cincuenta kilos de plata. ¿ Que tienes que no hayas recibido?. Lo dice San Agustín. El alma espiritual es inmortal, el cuerpo con sus cinco sentidos, la familia, los bienes que podamos tener, la salud espiritual y la física, todo lo que poseemos es un regalo. ¿Mi vida es para mí? Mi vida es para Dios, para el bien de todos los hombres por amor al Señor. No somos dueños de los bienes recibidos en el plano espiritual y en el material. Somos administradores solamente, y un día Dios nos pedirá cuenta del mal que hemos hecho y del bien que hemos dejado de hacer voluntariamente.
Reconozcamos que todos somos pecadores necesitados, por lo tanto, del perdón y de la misericordia de Dios. Como manifestamos en el acto penitencial de la santa misa, hemos pecado de pensamiento, palabra, obra y omisión, pero todos hemos de confiar en la misericordia de Dios que es infinita. Todos seremos juzgados sobre el amor.
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