La figura de Pablo VI siempre me ha impresionado y soy gran admirador suyo. El domingo 6 de agosto de 1978 era yo un joven seminarista y al regresar a casa de mis padres, donde estaba de vacaciones, puse la televisión para oír las noticias y la primera que dieron fue que había fallecido en Castel Gandolfo el Papa. Quedé conmovido. Años después acogiendo sus enseñanzas y el ejemplo de su vida, he visto como he coincidido con él en algunos aspectos de nuestro itinerario: ambos alcanzamos el doctorado en Derecho civil y en Derecho canónico, y después hemos servido en Nunciaturas –él en Polonia y yo en Costa Rica, Marruecos y Mozambique; ambos hemos trabajado años en la Secretaría de Estado de la Santa Sede, y después de ese servicio a la Iglesia universal ambos hemos ido a gobernar Iglesias particulares –él a Milán y yo a Ibiza. En mis años de servicio en Roma vi que su recuerdo y su estima eran siempre vivos.

El domingo pasado fue su beatificación en la Plaza de San Pedro en el Vaticano. Tuve la suerte y el privilegio de poder asistir. Y no solo yo: con alegría vi a gente de Ibiza allí en la Plaza.

El Papa Francisco, en la homilía de la Beatificación dijo: “contemplando a este gran Papa, a este cristiano comprometido, a este apóstol incansable, ante Dios hoy no podemos más que decir una palabra tan sencilla como sincera e importante: Gracias. Gracias a nuestro querido y amado Papa Pablo VI. Gracias por tu humilde y profético testimonio de amor a Cristo y a su Iglesia”. Asimismo, ha observado Francisco que “en esta humildad resplandece la grandeza del Beato Pablo VI que, en el momento en que estaba surgiendo una sociedad secularizada y hostil, supo conducir con sabiduría y con visión de futuro –y quizás en solitario– el timón de la barca de Pedro sin perder nunca la alegría y la fe en el Señor”.

Había nacido en Concesio (Brescia), el 26 de septiembre de 1897. Estudió con los Jesuitas y fue ordenado sacerdote el 29 de mayo de 1920. En 1924 empezó a trabajar en la Secretaría de Estado, y cuidó hacer también vida pastoral: era Asistente de la Federación Universitaria Católica, cuidaba el servicio sacerdotal y la guía espiritual, practicó la caridad en los barrios romanos. Durante la Segunda Guerra Mundial se ocupó de la ayuda a los refugiados y a los judíos.

El 1º de noviembre fue nombrado arzobispo de Milán, donde se dedicó la buscar nuevos caminos de evangelización frente a la inmigración, a la difusión del materialismo y de la ideología marxista. Impulsó la creación de 123 nuevas iglesias. El 21 de junio fue elegido Papa y tomó el nombre de Pablo. Llevó a su término las tres últimas sesiones del Concilio Vaticano II, animando la apertura de la Iglesia al mundo moderno desde el respeto a la tradición.

Pastor de la Iglesia universal fue el primer Papa que viajó a los cinco continentes, empezando por Tierra Santa. Sus encíclicas promueven el diálogo de la salvación, de la Iglesia con el mundo. Famosa es la Humanae vitae (1968) sobre el matrimonio y la regulación de los nacimientos. Con su magisterio fue prudente en las decisiones, tenaz en la afirmación de los principios, comprensivo hacia las debilidades humanas.

Comprensivo con los pobres, fue también un gran defensor de los valores de la vida y de la familia contra el aborto y el divorcio. Tenía un carácter reservado, humilde y gentil; un ánimo confiado y sereno, y una sensibilidad humana excepcional. Hombre de espiritualidad profunda, manifestó una fe fuerte, una esperanza indomable y una caridad cotidiana vivida con discreción y sobriedad personal. Su oración, enraizada en la Palabra de Dios, en la liturgia, en la adoración al Santísimo Sacramento, se fundaba en el cristocentrismo, con una veneración significativa y ejemplar a la Virgen.

Tuvo que vivir los “años de plomo” en Italia así como el secuestro y asesinato de su amigo Aldo Moro, presidente entonces de la Democracia Cristiana, exjefe del gobierno italiano, a manos de las Brigadas Rojas, en mayo de 1978, poco antes de morir él mismo. Trato de que fuera liberado, pero no lo consiguió. En su funeral, en la Basílica de San Juan de Letrán en lugar de la homilía pronunció una conmovedora plegaria de súplica, de perdón, de fe y de esperanza, oración dirigida al “Dios de la vida y de la muerte”, y fue escuchada con impresionante silencio por la distinguida asamblea internacional presente en el templo lateranense. Terminada tan solemne invocación, el Papa quiso subrayar todavía su paterna participación en el dolor de todos.

Aún hoy se recuerda ese gesto.

Casi tres meses después de ello, tras una breve enfermedad, mientras recitaba el Padrenuestro, Pablo VI murió el Castel Gandolfo. Era el 6 de agosto de 1978. Nos deja, entre otras cosas, la enseñanza enseña que en la Iglesia, cada uno en su lugar, ha de buscar y procurar ser santo. Que su ejemplo y su doctrina sean de ayuda para que cada uno de nosotros lo deseemos, lo procuremos y lo alcancemos. El nos ayuda con su vida y con su intercesión.