La ciudad italiana de L'Aquila es el escenario de una serie de reuniones del más alto nivel, encabezadas por las que mantienen los integrantes del G-8 "que forman los ocho países más industrializados del mundo", a las que se han añadido otros foros para debatir dos de las cuestiones centrales en el ámbito internaciones: la crisis económica y el cambio climático. En ambos terrenos los mensajes que lanzan los mandatarios introducen, por primera vez en mucho tiempo, elementos que alimentan la esperanza de un cambio en las negras perspectivas actuales. Sin embargo es preciso mantener la cautela.
El análisis que de la crisis económica realizan los mandatarios de las potencias mundiales permite vislumbrar que es posible salir del túnel a partir del próximo año, una evolución positiva que no parece que vaya a afectar, al menos por el momento, a España, según el último estudio del Fondo Monetario Internacional. Poco a poco están dando resultado las medidas destinadas a paliar los efectos del desplome financiero, pero sigue pendiente la adopción de medidas que 'limpien' el sistema para que se recupere la confianza.
En lo positivo que pueda suponer que se tome conciencia de la gravedad del cambio climático, el compromiso de reducir un 80 por ciento las emisiones de CO2 en el horizonte del año 2050 es claramente insuficiente. Diferir las soluciones en materia de protección medioambiental está demostrado que es una mala decisión que, en ocasiones, puede acabar siendo nefasta cuando ya se han desencadenado procesos de deterioro irreversible. Los datos científicos ponen de manifiesto que esperar cuarenta años para resolver el problema es un plazo inasumible para la naturaleza.
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