El asesinato del inspector del cuerpo Nacional de Policía Eduardo Puelles en Arrigorriaga (Vizcaya) ha roto un período de algo más de seis meses en los que ETA había dejado de matar, circunstancia que había alentado la posibilidad de que la organización terrorista estuviese acorralada y que, incluso, se estuviese planteando abandonar las armas tras los continuos golpes policiales a su cúpula dirigente. Todo este escenario, como ya se había advertido recientemente desde el Ministerio del Interior, se ha venido abajo. ETA mata, ETA no deja de matar.

Hay un aspecto que no puede pasar desapercibido en esta nueva acción sangrienta de ETA: es la primera que realiza desde que Patxi López es lehendakari, cargo al que accedió con el apoyo del Partido Popular tras desalojar las tres décadas de gobiernos del Partido Nacionalista Vasco. Esta circunstancia ha permitido comprobar un cambio en el discurso de condena institucional. López se ha mostrado serio y contundente cuando ha recordado que el policía asesinado «es uno de los nuestros», con independencia de que su labor la realizase para la Policía Nacional. El inspector Puelles, nacido en Barakaldo, tiene un hermano que es ertzaina.

Este último asesinato de ETA ha vuelto a poner de manifiesto la unidad de las fuerzas democráticas contra la lacra del terrorismo, una postura que nunca debería resquebrajarse ni quedar a merced de las disputas políticas, tal y como ha ocurrido en el pasado. No es el momento de especular con la fortaleza o la debilidad de ETA, es el momento de acabar con el terrorismo etarra y enviar a todos sus responsables a la cárcel. No debe haber otra salida.