El Gobierno, por medio de su vicepresidenta y ministra de Economía, Elena Salgado, se ha visto en la obligación de rectificar todas sus previsiones económicas para este ejercicio de 2009, rebajando un 3,6 por ciento el Producto Interior Bruto (PIB), elevando al déficit al 7,9 por ciento y haciendo una proyección de la evolución del desempleo hasta un tasa del 18,9 por ciento. Estos negros presagios, dados a conocer una vez ya se ha cumplido con el reciente trámite electoral de los comicios al Parlamento Europeo, se prolongan hasta 2011, primer ejercicio en el que aparecerán los primeros 'brotes verdes' de la economía española.
Quizá como consecuencia de la radiografía efectuada por el departamento de Economía y Hacienda, el Gobierno también ha aprobado dos medidas impopulares, el aumento de los impuestos que gravan el tabaco y los combustibles. En el primer supuesto la medida es más discriminatoria -sólo afecta a los consumidores-, mientras que en el segundo el impacto alcanza a todos los niveles productivos del país y, por supuesto, la economías domésticas. Al final, como siempre ocurre, ha quedado demostrado que no existen milagros en economía y las medidas, pronto o tarde, tienen que acabar aplicándose -por dolorosas que éstas sean- si no se quiere provocar la quiebra del Estado.
Lo más lamentable de todo esto es que el presidente Zapatero ha insistido una y otra vez en que nunca sería preciso tener que adoptar decisiones de este calibre, que es probable que tengan que incrementarse en el futuro, puesto se que había instalado en una especie de quimera basada en una crisis fugaz. En contrapartida hay que saludar la nueva senda del análisis realista y riguroso. Esperemos que no llegue demasiado tarde.
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