Las últimas cifras del paro habían conseguido abrir una rendija por la que parecía entrar algo de aire fresco y el Gobierno se apresuró a felicitarse porque veía ya el ansiado cambio de tendencia tras más de un año generándose desempleo una y otra vez. Ahora el Banco Central Europeo viene a enfriar las euforias con un informe que avisa sobre un incremento del paro a lo largo de todo el verano. Una advertencia que tendrá particular repercusión en España, que con su 18'1% de tasa de desempleo, duplica la media europea (9'2%) y supone una auténtica sangría si la comparamos con los índices de Holanda (3%), Austria (4'2%) o Dinamarca (5'5%).
Así las cosas, se impone una reflexión sobre el futuro que estamos preparando a corto y medio plazo. Los planes de estímulo para la creación de empleo puestos en marcha por el Gobierno no son más que parches que servirán para aliviar momentáneamente la situación de algunos parados y para maquillar las estadísticas; pero poco más, pues se trata de obras públicas con fecha de caducidad.
El BCE sigue pronosticando un deterioro de la economía europea a corto plazo, a pesar de que ya se ha estabilizado el mercado financiero. Como colofón, el organismo que preside Jean Claude Trichet lanza una recomendación: hay que acelerar las reformas internas de cada país, especialmente en el mercado laboral.
Y ahí es donde se encuentra el quid de esta cuestión. En España el sistema productivo, los horarios, el mercado laboral y la mentalidad tanto de empresarios como de trabajadores y sindicatos debe cambiar radicalmente. Haría falta una auténtica revolución que nos acercase a Europa no sólo en mentalidad y criterios, sino también en calidad y nivel de vida.
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