España está en Kosovo no a título nacional, sino como miembro de la OTAN, y el desatinado anuncio de abandono de la misión sin previo aviso pone de manifiesto lo poco en serio que el Gobierno de Zapatero se toma el papel de España en el seno de la organización atlántica. Ahora, días después del patinazo, tendrán que ponerse en marcha a toda máquina los diplomáticos españoles para intentar frenar la avalancha de críticas, sorpresas e indignación, precisamente ahora que se empezaba una nueva época en las relaciones con EE UU con Obama en la Casa Blanca.

Un año después de la declaración de independencia de Kosovo, no reconocida por España, al Gobierno de Zapatero le han venido las prisas. ¿En clave de política interna para no favorecer independentismos? Otros países que tampoco han reconocido a Kosovo siguen ahí cumpiendo con sus compromisos, mientras que otros aliados han ido reduciendo su presencia en la antigua provincia serbia sin ningún problema.

Zapatero es un presidente casi adicto al efectismo, le gusta dar sorpresas, incluso a sus propios ministros y ahora comprobamos que su ministra de Defensa le sigue los pasos obedientemente. Tanto que una medida de la trascendencia del abandono de una misión internacional como miembro de la OTAN no fue suficientemente explicada, ni anunciada siquiera, y mucho menos negociada con la propia organización. Se prefirió la imagen de la ministra rodeada de soldados en Kosovo, pronunciando una frase peliculera: «Volvemos a casa», cuando lo correcto hubiese sido hacerlo en el Parlamento.

No es la forma de hacer las cosas y menos en un momento como éste, tan delicado, en el que España se juega su reputación en el escenario internacional. Con actuaciones como ésta perdemos credibilidad. La brusquedad, el enfadar a todo el mundo y el defraudar no son el camino si pretendemos convertirnos en un país serio y respetado en el exterior.