a feria turística de Madrid (Fitur) está sirviendo para sacar a la luz el debate sobre la conveniencia o no de replantear los precios hoteleros, una cuestión siempre polémica, pero que en momentos de crisis económica adquiere una dimensión especial si la medida, como apuntó el miércoles la consellera insular de Turisme, Pepa Marí, sirve para mejorar las posibilidades de la isla en un momento de enorme zozobra respecto a la temporada. Evidentemente nunca este debate será popular, porque un alto nivel de rentabilidad es el objetivo último del mantenimiento de una actividad económica, pero tampoco puede caer en saco roto, y menos si, como se ha advertido ya en años anteriores, el público ha venido destacando en los sondeos sobre satisfacción realizados al final de cada temporada turística que uno de los principales motivos de queja es, precisamente, la carestía de la isla. Y no solo en los alojamientos, está claro, sino que es algo que se extiende a todos y cada uno de los segmentos turísticos complementarios. De ahí, pues, que no pueda sorprender que, de pronto, este hecho pueda ser una de las medidas básicas y automáticas a adoptar para afrontar la crisis, eso sí, con los pies bien firmes en el suelo, que el terreno ganado a base de tesón y esfuerzo no tiene por qué cederse de manera gratuita. Hay que señalar, sin embargo, que las crisis se producen cuando la economía está desfasada, sobrevalorados sus componentes, y que hasta que no recupera la proporcionalidad el sistema no vuelve a funcionar con soltura. De momento el asunto está sobre el tapete para su análisis general o particular, porque el objetivo, no lo olvidemos, es la supervivencia de las Islas. Al precio que corresponda, claro está.