Ha nacido en España el primer bebé concebido para curar a su hermano de una anemia congénita severa tras el preceptivo Diagnóstico Genético Preimplantatorio, el cual ha autorizado la selección de los embriones compatibles con el receptor de la sangre del cordón umbilical y, por supuesto, libres de la enfermedad hereditaria para poder realizar, con las máximas garantías de éxito, un transplante de médula procedente del recién nacido, Javier.

Todo el proceso, que se ha prolongado durante quince meses, que ha permitido devolver la esperanza a Andrés, el hijo mayor de Javier Mariscal y Soledad Puertas, se ha realizado al amparo de la Ley de Reproducción Humana Asistida que fue aprobada en el año 2006. Nadie puede cuestionar el más que comprensible deseo de los padres por lograr la curación de su hijo enfermo, el cual debía ser sometido, cuando apenas cuenta con 6 años de edad, a constantes transfusiones de sangre y con una probabilidad de supervivencia muy corta. Todo indica que, en este caso, la selección genética sí permitirá recuperar al hermano enfermo, pero, ¿y si no hubiera sido así?

Nunca será excesiva la cautela y prudencia en la aplicación de los avances médicos en el terreno de la genética, del mismo modo que no deben ponerse cortapisas a la investigación científica es evidente que ésta no puede quedar al margen de los códigos éticos. Lo mismo puede decirse con la aplicación de las terapias genéticas en seres humanos, las cuales pueden quedar al margen de las creencias religiosas pero no de los principios básicos de los derechos inherentes al ser humano; ésta es la verdadera cuestión. Bien está que el nacimiento de Javier haya despertado, de nuevo, la polémica, aunque sólo sea para tener claros los límites que hay que poner a la técnica.