En Estados Unidos se tiene una visión particular del resto del mundo, imbuida de sus propios intereses y del juego de equilibrios que ejercen las superpotencias. Y eso se refleja también en los tradicionales debates pre electorales que tanta expectación suelen despertar en el conjunto del planeta para, después, decepcionar porque los contenidos deben leerse en clave interna.
Estados Unidos se encuentra inmerso en dos crisis de gran envergadura: la guerra de Irak, que se prolonga mucho más allá de lo inicialmente previsto, con el enorme coste que conlleva "económico y en vidas humanas"; y una crisis económica de enormes proporciones para la que será difícil hallar una solución.
Y en eso se centraron precisamente los contertulios, que quizá estuvieron demasiado rígidos, demasiado medidos por sus respectivos equipos de imagen. La dialéctica resultó poco impulsiva, poco espontánea porque era mucho lo que los dos candidatos, el demócrata Barak Obama, y el republicano John McCain, se jugaban en este primer round de los tres previstos antes de las elecciones.
Si algo quedó claro en un enfrentamiento que acabó prácticamente en empate, es que Obama ha apostado claramente por un cambio que, a la postre, será siempre necesariamente moderado, porque la política estadounidense se mueve en unos límites muy estrechos, mientras McCain defendió las políticas de Bush tanto en Irak como en economía.
La nota más llamativa de la noche fue la efímera mención a Zapatero, algo sorprendente en un debate entre candidatos presidenciales, que suelen ignorar mucho de lo que excede sus fronteras. Así lo dejó ver McCain, que no sabía si nuestro país era aliado o enemigo, mientras Obama defendía la amistad con España.
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