Se cumplen cinco años de la entrada de las fuerzas estadounidenses en Bagdad, plasmada en el derribo de una gigantesca estatua del dictador Sadam Husein, el colofón de un conflicto bélico que se trató de justificar ante la opinión pública como una acción que debía salvar a Occidente de las armas de destrucción masiva que acumulaba el régimen iraquí. Una enorme y trágica mentira.

La guerra de Estados Unidos y Gran Bretaña, que contó desde el primer momento con la colaboración activa de España en lo que se ha evidenciado como uno de los errores garrafales de la política exterior de nuestro país, contra Sadam Husein no ha logrado ninguno de sus previstos objetivos. Nunca aparecieron las armas que el presidente Bush decía que acumulaba Sadam y, como consecuencia directa, agitó el avispero tribal de Irak hasta provocar auténticas matanzas. Además, una región tan delicada como la de Oriente Medio vuelve a desestabilizarse de manera peligrosa con la deriva política de Ahmadineyad en Irán.

Transcurrido un lustro ningún analista es capaz de vislumbrar los efectos positivos del enfrentamiento armado "sólo el ex presidente Aznar, incapaz de asumir su error, asegura que la vida en Irak ha mejorado con la invasión", mientras cada vez resulta más evidente que Estados Unidos se encuentra en un auténtico callejón sin salida. La opinión pública norteamericana reclama ya sin tapujos el final de la guerra, mientras sus militares tratan de aplazar una salida que en estos momentos provocaría el auténtico estallido del polvorín iraquí.

La guerra de Irak, junto con la de Afganistán, es una consecuencia directa del fatídico 11-S de Nueva York. La Historia tendrá que explicar las últimas razones por las que el país más poderoso del mundo provocó una de las guerras más sangrientas del siglo XXI.