Mañana el Parlamento Europeo albergará un debate sobre el llamado proceso de paz iniciado en España tras la declaración de alto el fuego permanente por parte de ETA, a propuesta del Grupo Socialista. Un texto sobre el que no se ha alcanzado acuerdo alguno con el Partido Popular (PP), a pesar de los intentos que se han llevado a cabo en los últimos días.

El buscar el apoyo de una institución como la Eurocámara al camino hacia la definitiva pacificación no es en sí algo que debe considerarse asunto menor. Y mucho menos si lo que se va a vivir es la escenificación en Europa de la división y de las tensiones que se registran a diario en España entre el Gobierno y el principal partido de la oposición.

Evidentemente, la primera conclusión que debe extraerse de todo este asunto es que jamás debió llegarse a esta situación en un asunto tan sensible y delicado como el fin del terrorismo. Y, si bien es verdad que no se ha producido aún el abandono definitivo de las armas y que los sectores abertzales mantienen sus discursos sobre territorialidad y autodeterminación, también lo es que la banda armada lleva mucho tiempo sin cometer atentados mortales, lo que permite albergar esperanzas sobre el futuro próximo.

Lo deseable sería que, en las pocas horas que faltan para el debate en Bruselas, se alcanzara un acuerdo que permitiera aprobar un texto consensuado, lo que daría una enorme fuerza e impulso para alcanzar el objetivo deseado.

Si no es así, viviremos más de lo mismo sólo que en un escenario diferente. Y eso va a hacer que la cuestión no pueda ser apreciada con toda nitidez por los parlamentarios de otros Estados, que, como mucho, pocas veces y de forma muy parcial han oído hablar del asunto vasco y de la violencia etarra.