La Fundación para la Promoción Turística de Eivissa y Formentera no ha nacido con buen pie. De momento, tiene dos frentes abiertos: uno contra el Pacte Progressista, que le exige, por encima de todas las cosas, la falta de toda mácula administrativa y burocrática; y otro contra el Ayuntamiento de Formentera, que la considera una intromisión en su fundada aspiración de autonomía interinsular. Siendo como tiene la misión de ser una institución con un objetivo políticamente neutro -la gestión de la imagen vacacional de las Pitiüses-, este órgano tiene ante sí ahora no sólo la ardua e inminente tarea de promocionar las islas en los grandes foros de negocio turístico (Londres, Madrid, Berlín y Milán), en los que se estrenará como tal, sino que, además, debe aún definirse orgánicamente y superar los distintos flecos que su apresurada puesta en marcha ha producido. No es éste, por más que se lo parezca a la oposición en el Consell, un tema que descalifique en su conjunto a lo que no tiene más misión que ser la herramienta definitiva que canalice la gestión de la imagen de las Pitiüses. Más grave es, precisamente, el abismo que la separa de Formentera, porque a las diferencias políticas hay que sumarle el paso atrás que supone, en muchos casos, el reagrupamiento de dos marcas vacacionales tan distintas como lo pueden ser las de Mallorca y Menorca. Este escollo se produce, además, en el momento en el que el Ayuntamiento insular aspira a su plena autonomía institucional con la creación del Consell Insular propio, autónomo respecto al de Eivissa. La paradoja reside, precisamente, en este aspecto: que fue el primer ámbito en el que Formentera como isla quiso y consiguió autonomía plena cuando abandonó Fomento del Turismo y potenció el Patronato Municipal, en el que también tienen representación los sectores económicos implicados.