Israel ha comenzado a retirar sus fuerzas del sur del Líbano lentamente en cumplimiento del alto el fuego establecido por el Consejo de Seguridad de la ONU. Han tenido que pasar casi cinco semanas para que la relativa normalidad comenzara a regresar a Oriente Próximo, una normalidad que terminó como comenzó, con la excepción de la trágica y absurda muerte de miles de civiles que se han visto involucrados en el asalto israelí.

Tanto los israelíes como Hezbolá se proclaman vencedores de una guerra abierta donde la milicia chií ha salido fortalecida y más popular entre el mundo musulmán, algo que no encaja en el ideario norteamericano.

Así las cosas las potencias internacionales ya han hecho sus cuentas y enviarán más de 10.000 efectivos al sur del Líbano para mantener una paz frágil e inestable. España enviará en los próximos días alrededor de 700 militares, aunque Zapatero condiciona la colaboración española a que los efectivos se encuentren en una situación «sin hostilidades», algo paradójico si se tiene en cuenta que Hezbolá aún no anunciado dejar las armas y la confrontación entre Israel y la milicia chií aún existe. Zapatero no debe de perder de vista que los militares españoles acuden como misión de paz, pero a una zona de conflicto.

La ONU confía establecer la paz de forma permanente y espera que Hezbolá coopere y se retire del sur del Líbano cuando el ejército libanés se despliegue, algo que por el momento parece poco creíble y casi descartable. Las relaciones entre Israel e Hezbolá continúan siendo tan delicadas como hace un mes. La ONU ha puesto un parche y, antes de que termine este mes, tendrá que poner otro para no iniciar un enfrentamiento directo con Irán, aliado de Hezbolá.