Las últimas noticias «soto voce» apuntan a que el comandante Fidel Castro se recupera, poco a poco, de su intervención quirúrgica. Mientras esto sucede, en Cuba se está viviendo, por vez primera, una situación política un tanto peculiar, que está siendo seguida, minuto a minuto, por la Administración Bush, que siempre ha estado interesada por este pequeño país caribeño desde la salida de Baptista, en 1959. Cuba es una dictadura, pese al carisma de Castro y los rasgos neoliberales con que se quiere disfrazar la gestión del comandante, lo cual tiene un componente humano que transciende más allá de los puros planteamientos empresariales y de apoyos de gobiernos, que no ven con buenos ojos el embargo americano sobre la perla del Caribe. La transición que ha vivido Cuba en estos días, la reacción en «la pequeña Habana» de Miami y la actitud preventiva de los empresarios turísticos, la mayoría de ellos con sede fiscal en Balears, ha generado un conglomerado de opiniones contrapuestas, pero todas confluyentes hacia un mismo punto: conseguir una transición política en Cuba que culmine en una democracia. Las presiones externas que puedan derivarse de la debilidad física de Fidel Castro, como la que los «halcones» de Washington están ya preparando con el endurecimiento de la Ley Helms-Burton, no lleva a ningún sitio. La comunidad internacinal, la ONU y la Unión Europea abogan por una transición pacífica y un trasvase de poderes sin crispaciones. Cuba afronta un momento histórico y Fidel Castro lo sabe a ciencia cierta. La revolución es agua pasada, la globalización ha fagocitado sus ideales y en estos tiempos lo que impera es vivir en democracia, más en un país en donde las privaciones han sido la norma general durante décadas por el empecinamiento de Castro.