El terrorismo ha vuelto a golpear con crudeza. En esta ocasión, los asesinos han escogido la ciudad india de Bombay, donde han causado una auténtica masacre con explosiones en diversos trenes que han segado la vida de más de 150 personas. Es un episodio más del sinsentido de la violencia que, como es evidente, se ha internacionalizado. Como sucedió tras los atentados del 11-S, los del 11-M y los del 7-J londinense, vuelve a ponerse sobre la mesa el asunto de la lucha contra el terrorismo y de los sistemas más adecuados para acabar con esta lacra que persigue a la humanidad en los albores de este siglo XXI.

Es un hecho que la respuesta militar, opción escogida por la Administración Bush, no está obteniendo los resultados esperados. Es más, se está produciendo un recrudecimiento de las acciones terroristas en Afganistán, persiste la sangría casi cotidiana en Irak y otros rincones del planeta se ven sobresaltados por tragedias como la que ayer sacudía la ciudad india.

Resulta, vistas estas circunstancias, imprescindible la colaboración de la comunidad internacional para dar la respuesta adecuada a esta irracional violencia que ha ido acabando con la vida de demasiadas personas inocentes. Pero esto debe hacerse con sumo cuidado y con un escrupuloso respeto a la ley y a los acuerdos y resoluciones de las Naciones Unidas, fuente última de legitimidad de las medidas que deban adoptarse.

En cualquier caso es evidente que resulta necesario incrementar la cooperación de las fuerzas policiales y prestar apoyo a aquellos países que lo necesiten. Como también se hace necesario que se regule un marco jurídico internacional que pueda ser compartido por todos.