El proyecto del Govern de Jaume Matas de poner en marcha la educación trilingüe progresivamente en los colegios de Balears ha sido acogido con entusiasmo por algunos, con escepticismo por otros y con un rechazo frontal de quienes temen que el intento vulnere la Llei de Normalització Lingüística, que consagra la obligatoriedad de impartir la enseñanza al menos en un cincuenta por ciento en catalán. Y ahí estaba el principal problema a la hora de estructurar la integración de un tercer idioma -el inglés- en la docencia. ¿A costa del catalán? ¿Del castellano? La solución salomónica, que unos aplauden y otros denostan, reserva entre un quinto y un tercio del horario escolar al inglés y reparte al cincuenta por ciento el resto, entre catalán y castellano.

Se trata de una respuesta asumible, si tenemos en cuenta que los padres exigen para sus hijos un conocimiento mucho más amplio, si no total, de la lengua inglesa, tan necesaria para el futuro académico y laboral. Pese a ello, el plan contiene aún muchas otras lagunas. Por ejemplo, ¿contamos con suficientes maestros capaces de impartir sus asignaturas -Historia, Ciencia, Matemáticas, Literatura...- en inglés? O ¿qué facilidades se darán a los centros para implantar el decreto? ¿No es una discriminación clarísima para los alumnos que unos centros lo apliquen y otros no? Y ¿qué se hará con los estudiantes que no sean capaces de asimilar tres lenguas a la vez?

Todos tenemos claro que el inglés es más que necesario hoy, diríase imprescindible, por lo que su aprendizaje debe garantizarse cuanto antes y al máximo nivel. Pero las cosas hay que hacerlas bien y quizá parece que las decisiones se han precipitado. Padres de alumnos, docentes y sindicatos deberían haber sido escuchados. Quizá entre todos la solución sería más satisfactoria.