Ya recientemente dimos la voz de alarma sobre el número
desorbitado de abortos que se registran en nuestra comunidad y
ahora, cuando está a punto de finalizar el año, es el Ministerio de
Sanidad el que hace públicas unas cifras que llevan al escalofrío.
En diez años ha crecido un 72% la cantidad de interrupciones
voluntarias del embarazo y, a pesar de todo, seguimos estando en
los puestos de cola en Europa. En 2004 se produjeron casi 85.000 en
toda España (en 1995 hubo cincuenta mil), mayoritariamente entre
adolescentes e inmigrantes, que son, con seguridad, quienes más ven
cómo se complica su vida a la hora de afrontar un embarazo no
deseado.
Desde luego hay implícito en el espinoso asunto del aborto un
debate de calado moral y hasta religioso, pero también es un
problema social y de salud pública. Porque el aborto es siempre el
último recurso, el más doloroso, para una mujer que no desea tener
un hijo que ya ha empezado a gestarse. La situación suele ser
crítica, difícil, y por eso no debe frivolizarse sobre el tema. De
ahí que haya que seguir haciendo hincapié en la necesidad de usar
anticonceptivos siempre que se tenga una vida sexual plena y no se
tenga proyectada la maternidad. Es responsabilidad y deber de las
mujeres, porque sobre ellas recae luego el problema y la tremenda
«solución».
Por eso en el ámbito familiar, sobre todo, y también en el
escolar, debemos hacer un esfuerzo por «normalizar» todo lo que
tiene que ver con el sexo, superando absurdos tabúes que pueden
conducir a estos callejones de difícil salida. Educar a nuestros
hijos, hablarles con naturalidad de una parte de su vida de tal
importancia, es crucial. Y también proporcionarles las herramientas
para que puedan gozar de una vida sexual satisfactoria y
responsable.
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