Los estudios demográficos más recientes sobre el número de musulmanes que residen hoy en la Unión Europea coinciden en una cifra que ronda los 15 millones. Aproximadamente representan el 3'5% de la población total, producto de unas oleadas migratorias en creciente aumento durante las últimas décadas. Ante un islam que es ya parte de Europa se multiplican las actitudes debido en gran parte a la falta de criterios claros y unificados sobre cómo abordar la cuestión. Desde la rigidez hasta la flexibilidad y la tolerancia, se observa todo un abanico que varía en función de los modos administrativos del país en cuestión. En Francia la inflexibilidad es la norma -recordemos la ley del velo- y el objetivo no parece otro que el de mantener bajo vigilancia a los musulmanes. En una Italia más tolerante -como otros países mediterráneos, incluida España- se practica la denominada «estrategia de las dos manos», es decir, una mano tendida hacia los sectores moderados y democráticos, y la otra armada amenazando a las células potencialmente terroristas. Alemania, que cuenta con la segunda comunidad islámica más importante de Europa, ha sabido amoldar su legislación al fenómeno de la inmigración, cambiando del «ius sanguinis», o sea, la transmisión familiar para la adquisición de la ciudadanía, al «ius solis», es decir, sobre la base territorial. Resumiendo, y para centrar la atención en el que podría ser el modelo a seguir, hay que fijarse en el Reino Unido, en donde viven 1'6 millones de musulmanes. Allí cuentan con mayor tradición al respecto, ya que la inmigración masiva empezó a producirse con anterioridad, coincidiendo con el declive del imperio británico, que convirtió a la metrópoli en foco de atracción para los habitantes de las antiguas colonias. Las autoridades británicas aplican el denominado modelo multicultural, se fomenta la integración pero de forma moderada, sin presiones hacia los recién llegados, que no se ven así forzados a renunciar a su propia cultura para ser asimilados. Dicho de otra manera, los inmigrantes gozan de tantos derechos como los locales, aunque no están obligados a britanizarse. Una postura inteligente que tal vez sería bueno adoptaran otras naciones en estos tiempos convulsos.