Con motivo de celebrarse el Día Mundial del Agua, distintas organizaciones han hecho públicos unos datos y, lo que es aún peor, unos pronósticos que causan auténtico pavor. Son cifras y predicciones que, amén de presentar un carácter escalofriante, invitan a la reflexión. En el mundo del avanzado siglo XXI, más de 1.000 millones de seres humanos consumen agua que no puede ser calificada de potable, al proceder de fuentes insalubres, y otros 2.400 millones carecen en su vida cotidiana de sistemas de limpieza y alcantarillado. Unos 4.000 niños mueren cada día por no disponer de agua -la escasez de agua potable suele ser uno de los factores que determina una alta tasa de mortalidad infantil-, y en conjunto se puede decir que las enfermedades relacionadas con la falta de agua suponen un 35% de las infecciones comunes y recurrentes. El aspecto más preocupante de la cuestión hay que buscarlo en esa predicción que establece que a mitad de este siglo, más de 7.000 millones pertenecientes a 60 países podrían padecer escasez de agua. De cumplirse semejante pronóstico, el acceso a los recursos hídricos se convertiría sin duda alguna en una de las principales causas generadoras de conflictos entre los pueblos. Del futuro al presente, hoy podemos comprobar como la falta de agua frena el desarrollo y supone un impacto demoledor para las economías de subsistencia. Un planeta sediento es, y será, un lugar más pobre en el que las disputas entre las naciones se multiplicarán. Es por todo ello que economizar el agua y disponer los medios técnicos que hagan posible su óptimo aprovechamiento, debe ser hoy un imperativo que los gobiernos están obligados a atender, ya que estamos ante un serio problema que va mucho más allá de la simple queja ecologista.