Desde hace unos años, cada vez que el Foro Económico Mundial se
reúne en Davos (en la rica y cómoda Suiza), una especie de eco en
forma de voz de la conciencia resuena en Porto Alegre (en el
mestizo y todavía pobre Brasil), que celebra el Foro Social. Hasta
ahora los mensajes que se escuchaban en una y otra tribuna no sólo
diferían en las formas -líderes mundiales impecablemente vestidos
en Davos frente a manifestaciones lúdicas y coloristas en Porto
Alegre-, sino fundamentalmente en el fondo.
Desde Brasil se hace un llamamiento al mundo para que recuerde
que mil millones de personas sobreviven en la más extrema pobreza
mientras las multinacionales y los bancos se reparten el botín y
los países ricos -Estados Unidos y la Unión Europea, sobre todo-
castigan la agricultura de los del Sur.
Las cifras que se barajan en estos encuentros son del todo
apabullantes: los países pobres pagan una media de cien millones de
dólares al día en concepto de deuda externa mientras sus gentes
continúan condenadas a la miseria.
Pero la pobreza es sólo una de las caras de este prisma que
dibuja la realidad de los países en desarrollo: están la situación
de la mujer y de la infancia, el turismo sexual, la destrucción del
medio ambiente, la discriminación de los pueblos indígenas, el
analfabetismo, la falta de libertades...
Curiosamente, en Davos se han escuchado mensajes parecidos, en
boca de algunos invitados de postín, como Bil Clinton, Tony Blair,
Bill Gates y Bono, el cantante de U2, que han roto una lanza en
favor de Àfrica. Es sólo un destello, pero quizá nos permita
albergar la esperanza de que, como dicen en Porto Alegre, «otro
mundo es posible», e incluso algunos de los hombres más poderosos
del planeta estén dispuestos a creerlo.
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