Uno de los más grandes quebraderos de cabeza para el municipio de Eivissa está provocado por la controversia en torno al futuro de ses Feixes, un espacio céntrico y casi virgen, muy apetecible vista la evolución urbanística de la ciudad pero que, en estos momentos, vive un paréntesis peligroso tanto para los responsables políticos del Ayuntamiento de Eivissa como para los propietarios e, incluso, para los propios ciudadanos. Se trata de unos terrenos urbanos cuyos propietarios no logran que el Consistorio permita en tanto no se produzca la revisión del Plan General de Ordenación Urbana (PGOU) del municipio y al pesar sobre él la declaración de la zona como Bien de Interés Cultural (BIC), un tipo de protección que se adoptó en su día por el anterior equipo de gobierno, del Pacte, de una manera discutible, sobre todo porque fue forzado debido a presiones políticas. Todo este asunto, que ya se alarga no sólo meses sino años, no ocuparía -es verdad- ni un sólo minuto de nuestras vidas si el Ayuntamiento de Eivissa hubiera adquirido en su día lo que hasta hace poco eran terrenos poco apetecibles, pero que ahora valen su peso en oro. Entonces, la gran carencia de la ciudad, un gran espacio verde para uso ciudadano, no contaminaría como lo está haciendo la relación entre los dueños de los solares y el equipo de gobierno municipal, que se encuentra, además, con una situación de lo más peliaguda: a una posible demanda de los propietarios se le suma que algunas de las formaciones socias en el gobierno local condicionan su apoyo a la reforma del urbanismo a una postura que tiene más que ver con la voluntad que con la legalidad, un vicio que se arrastra con demasiada frecuencia en el conjunto de las islas y que algún día va a provocar una sangría económica en algunas arcas municipales. Pasada la oportunidad histórica, forzar ahora la máquina es casi el suicidio de la lógica.