Por fin alguien parece haberse dado cuenta de que los contenidos de televisión que se tragan nuestros niños pueden ser inconvenientes, nocivos y hasta peligrosos. Constantemente tenemos conocimiento de noticias que nos hablan de una violencia creciente entre estudiantes e incluso en Francia se ha dado el caso de un grupo de niños de cinco años que han apaleado a una niña de tres. Increíble. Pero lo más probable que esos pequeños no hagan más que reproducir el comportamiento que a través de la pequeña pantalla perciben a diario, en programas infantiles de dibujos animados que les acercan todos los días al lenguaje soez, a la provocación, al insulto, a la violencia y a situaciones que quizá un niño nunca debería ver, basadas en el autoritarismo, el machismo y el desamparo.

Pero así son las cosas y parece que durante años los responsables de la programación no se han molestado en visionar sus propios programas, que han comprado por su éxito en otros países o por su atractivo precio. El caso es que niños y jóvenes han visto horas y más horas de estos programas sin salirse del horario infantil (que hay también quienes ven mucha televisión para adultos).

Ahora el Gobierno ha decidido coger el toro por los cuernos y redactar un código que obligará a cumplir a televisiones públicas y privadas. Habrá que ver con qué «talante» se toman las cadenas esta iniciativa, pero de momento parece que hay cierta disposición para llegar a un acuerdo. De lograrse, antes de las diez de la noche nadie podrá ver en televisión contenidos inadecuados para los menores bajo amenaza de graves sanciones.

Quizá se resientan las audiencias, pero lo más probable es que todos salgamos ganando en calidad y en tranquilidad.