Aparentemente sin relación alguna con la reciente guerra de
Irak, las subidas del precio del petróleo no dejan de darnos
sustos, y hoy son muchos los analistas que intentan explicar las
razones de este incremento histórico. Casi todos están de acuerdo
en que los precios no van a bajar y, como consecuencia más
inmediata, ya se están notando esas subidas en prácticamente todos
los productos, empezando por el transporte y las gasolinas, lo que,
inmediatamente, salpicará al Índice de Precios al Consumo.
No es una buena noticia, máxime cuando el Fondo Monetario
Internacional anuncia ya que esa dinámica alcista provocará un
frenazo en el crecimiento de la economía mundial. Ningún optimismo
acompaña al organismo que dirige Rodrigo Rato. Habla de «muy bajas»
reservas en los países desarrollados de cara al invierno que se
avecina, con el consiguiente aumento del consumo de crudo para
calefacciones.
Sin embargo, parece que la clave está precisamente en los países
en vías de desarrollo, esas naciones -algunas inmensamente
pobladas, como China y la India, con más de dos mil millones de
habitantes en conjunto- que caminan hacia el consumismo a
velocidades pasmosas. Porque el modelo occidental de civilización
-al que aspiran- se basa, precisamente, en el derroche del «oro
negro», un tesoro que la Tierra ha acumulado durante millones de
años y que estamos consumiendo a ritmo de vértigo. De seguir así el
proceso, el petróleo no hará sino escasear y, con ello, se hará
necesario inventar nuevas alternativas que, a día de hoy, resultan
utópicas.
Quizá va siendo hora de que empecemos a concienciarnos del mundo
que estamos creando, basado únicamente en un combustible perecedero
y cada vez más costoso.
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