Estados Unidos se ha convertido en la mejor tribuna para que los líderes españoles expongan sus teorías sobre el mundo de hoy y la solución a sus conflictos. Así, el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, pronunció ante la asamblea general de la ONU un discurso sorprendente que ha generado toda clase de reacciones en las tertulias nacionales. Pero su antecesor, José María Aznar, no se ha quedado atrás y desde la Universidad de Georgetown aseguró que los atentados del 11 de marzo en Madrid tienen su origen en la invasión de la Península Ibérica por los árabes en el siglo VIII.

Sin duda la cosa tiene su gracia, aunque el asunto no tenga nada de divertido. Con casi doscientos muertos en una sola jornada, con un país como Irak hundido en una situación insostenible y con la seguridad internacional hecha trizas desde hace tres años, realizar una análisis de la realidad remontándonos a siglos tan pretéritos resulta completamente absurdo, pues ni el mundo árabe de hoy tiene nada que ver con aquél, ni Occidente es, desde luego, el mismo.

Más razonable parece la opción de Zapatero, que hizo una fuerte apuesta por la paz, el entendimiento y la solidaridad. Claro que, a día de hoy, hablar en estos términos es casi sinónimo de ingenuidad. Pese a ello, está claro que apostar por la democracia, por los valores de igualdad, justicia y libertad, sigue siendo la opción más válida, especialmente en aquellos países instalados en culturas basadas en la dominación, el autoritarismo y la desigualdad. Seguramente la idea de una alianza de civilizaciones entre Occidente y el mundo árabe resulte hoy algo chocante, por prematura, pero el devenir de los tiempos exigirá, tarde o temprano, un acuerdo entre universos condenados a entenderse.