Estados Unidos y la Unión Europea miran con preocupación la
evolución de Irak, un país sumido en la guerra y el caos que no
acaba de avanzar, a pesar de los esfuerzos del recién creado
Gobierno provisional. La prometida ayuda económica no llega y la
mayoría de los iraquíes intentan vivir con resignada paciencia las
graves consecuencias de este abandono, agravado por ofensivas
militares que apuntan hacia una desestabilización aún mayor.
Para complicar aún más las cosas, los radicales islámicos han
encontrado un filón en los secuestros de trabajadores o
diplomáticos, algo que se le está yendo de las manos al Gobierno y
que, hoy por hoy, indica la magnitud de lo que ocurre en ese país,
sin olvidar la particular batalla que vive la población en el
ámbito social, económico y sanitario.
Apenas hay agua potable en Bagdad, los ciudadanos ocupan los
edificios al haber perdido en muchos casos su vivienda, la sanidad
es mínima y el pillaje constante, numerosos actos de violencia que
se suceden diariamente: en apenas dos días fallecieron más de 20
personas en atentados con coche bomba en diferentes localidades de
Irak.
Las circunstancias no son buenas teniendo en cuenta que continúa
una sangrienta guerra interna. El Gobierno afirma que puede
controlar la violencia de los milicianos chiíes, pero se le está
yendo de las manos la confianza de los iraquíes, que no acaban de
conseguir la estabilidad tras la ocupación.
El proceso será más largo de lo esperado. Los iraquíes no darán
su apoyo al nuevo Ejecutivo hasta que se reconozcan en un gobierno
que trabaja para mejorar la situación de los iraquíes, al margen de
la presencia militar y civil extranjera, que causa tantas
divisiones en la sociedad iraquí.
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