El cúmulo de hechos luctuosos que han tenido lugar en Eivissa ha dejado un poso en el inconsciente colectivo que se palpa en la calle y ha puesto un velo gris sobre un verano ya de por sí triste. El ambiente económico era ya triste, más de lo que en principio los agentes sociales querían reconocer para no contribuir con unas previsiones negativas a un desmoronamiento moral aún mayor tras los sucesos de marzo de este año en Madrid, cuando murieron casi doscientas personas víctimas de la violencia integrista planetaria. Luego, de pronto, tres personas ahogadas, un británico muerto en una pelea, un empresario asesinado a balazos y una extraña desaparición en Formentera han conmocionado la vida en las Pitiüses; todo en tan sólo una semana. Las islas se han convertido casi en un lugar macabro y han conseguido una publicidad inmerecida pero, en todo caso, inevitable. Son días muy duros para las fuerzas policiales, que se han visto desbordadas en los intentos de atajar, por ejemplo, la huida de unos pistoleros enmascarados mientras tratan de dilucidar qué pasó en «Casa Concha», el chalet ensangrentado de Formentera que, con los datos de hoy, lo mismo esconde un atroz asesinato que una simple trifulca, y continúan con sus tareas habituales.

Estamos en los meses vacacionales por antonomasia, cuando la economía queda definida para lo que queda de año, y, de momento, avanzan con registros diferenciales negativos. No será, sin embargo, una hecatombe. Una economía saludable es aquella que no depende de una productividad total, como a veces se ha producido en un lugar de tanta prosperidad como la isla de Eivissa. De todas formas, es importante mantener la calma y recordar que los vaivenes del destino no deben romper los cimientos de esta sociedad. Para calmar los ánimos, el director insular ha resaltado el hecho de que los actos violentos son de carácter aislado, en los que la isla no ha sido más que un mero telón de fondo. Ojalá así sea. Hay demasiado en juego.