Todos sabemos que en Estados Unidos todo funciona a base de
grupos de presión y, especialmente, a base de cheques. No es nuevo
y ni siquiera es malo, pues allá el tráfico de influencias está
regulado por ley y perfectamente aceptado públicamente. Pero aquí
no y eso debió comprenderlo José María Aznar y su equipo de Asuntos
Exteriores.
De hecho, prácticamente nadie discutirá el hecho de que se
contraten los servicios de un prestigioso bufete de abogados
norteamericanos para favorecer la imagen de España en Estados
Unidos. Pero esa campaña nada tiene que ver con el premio a la
vanidad particular que puede suponer una medalla personal a un
presidente concreto.
Y ahí es precisamente donde entra de lleno este vergonzoso
asunto de la supuesta «compra» de la Medalla de Oro del Congreso
norteamericano para José María Aznar, que todavía se encuentra en
trámites. Dos millones de dólares es una cantidad considerable
cuando los únicos resultados palpables de esta campaña son la
inquebrantable aceptación por parte del Gobierno de España de la
invasión de Irak -con las funestas consecuencias que ha tenido-, la
conferencia de Aznar en la universidad de Georgetown y el trámite
de la famosa medalla.
El caso es que el dinero se ha gastado y los resultados
obtenidos claramente no son los que los españoles desean. El
presidente José Luis Rodríguez Zapatero ya ha anunciado que él no
hará ese tipo de cosas y es que los ciudadanos no se lo
consentirían. Con gestos como éstos, tan contrarios al sentir
general, el ex presidente Aznar no hace más que deteriorar una
imagen positiva que como gestor y estadista se había forjado a lo
largo de sus mandatos.
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