Hace cuatro años, en las sesiones de la Cumbre del Milenio, en la sede de la ONU en Nueva York, la comunidad internacional se comprometió a adoptar una serie de medidas encaminadas a conseguir un mundo mejor, más habitable, más justo, fijando el año 2015 como barrera en la que los logros tendrían que ser ya evidentes. Naturalmente, ello exigía unas fases de ejecución que por desgracia no se están cumpliendo. El informe anual del Banco Mundial hecho público recientemente deja claro que todo lo concluido en la Cumbre va a quedar tan sólo en palabras.

Cierto que la pobreza extrema se ha reducido algo en términos absolutos, pero aun así y para vergüenza de todos, es un hecho que, hoy, una de cada cinco personas en el mundo sobrevive con menos de un dólar al día. Como lo es que casi 850 millones de habitantes del planeta están crónicamente malnutridos.

Los desequilibrios en el reparto de los bienes son flagrantes y al respecto hay que constatar la lamentable política de los países ricos que ponen obstáculos al comercio, yugulando el posible desarrollo de las naciones pobres. Un dato resulta definitivo: los países más desarrollados destinan a armamento el 11% del gasto público y el 2,42% del PIB, frente al 0,54% y el 0,23% de dichas partidas, respectivamente, que aportan en ayuda al desarrollo.

Un mundo rico que atiende más a sus «necesidades» militares que al apoyo a los más necesitados es un mundo que va a precisar de mucho tiempo -bastante más allá de 2015- para convertirse en un lugar más justo, en el que la solidaridad entre los seres humanos deje de ser un concepto utópico.