Adiós a la Europa de los Quince y bienvenida la de los 25. Aunque las consecuencias de esta drástica ampliación no son todavía muy evaluables, lo cierto es que España se cuenta entre los países que más va a ver perjudicados sus intereses con el cambio. De entrada, nuestro país es uno de los que mayor déficit de productividad ostenta y ahora, con la llegada de diez países con costes laborales mucho menores, el riesgo de la deslocalización de empresas es más que cierto. Y eso sin contar con que en 2006 se integrarán los más pobres del Este, Rumanía y Bulgaria, que probablemente empezarán a percibir gran parte de esos fondos estructurales y de cohesión que ha venido recibiendo España, entre otros, desde hace años.

Sin embargo, no todo será negativo. Como cualquier proceso de este tipo, los resultados económicos no se verán hasta dentro de varios años y quizá será entonces cuando España -y Balears- se verá beneficiada con la ampliación.

Porque estos nuevos miembros de la Unión Europea constituyen un gran y atractivo mercado para nuestros productos y, por supuesto, para el turismo. De momento sus rentas per cápita no están como para muchas vacaciones, pero todo se andará.

Luego están los otros aspectos, políticos, sociales, históricos, que sin duda serán beneficiosos para todos. Finaliza así el proceso de separación entre Este y Oeste que Europa había padecido a raíz de las dos guerras mundiales. Hoy la gran Europa aleja gracias a esta nueva unidad el fantasma de otra contienda. Los Balcanes, la zona más frágil, está a la espera de que Bruselas acepte su ingreso en un futuro a medio plazo.

Ya somos 455 millones de europeos, un enorme conglomerado en el que nosotros, como islas y región pequeña y diferenciada, debemos exigir un reconocimiento explícito de nuestros derechos y peculiaridades.