Acaba de levantarse el telón de la nueva legislatura y parece
que esta vez el guión va a ser bien distinto. Aires nuevos se
respiran ya en el Congreso de los Diputados, que ayer quedó
constituido para el curso parlamentario en un ambiente casi festivo
y muy optimista por parte de la nueva mayoría socialista. Entre las
curiosidades, la ausencia de históricos como Felipe González, José
María Aznar y Francisco Àlvarez Cascos, retirados ya de la política
activa. Otro dato a tener en cuenta: algunos diputados tomaron
posesión de sus actas en idiomas minoritarios, como el catalán o el
euskera.
Una fuerte ovación saludó al futuro presidente, José Luis
Rodríguez Zapatero, que tendrá que hacer los deberes para poner en
práctica esa política de la que presume, dictada por el espíritu de
consenso y diálogo.
Falta le hace a este país, la verdad, y mucha más falta le hará
a él y a su equipo de Gobierno, que deberán lidiar con tirios y
troyanos en el seno del Congreso si quieren llevar a buen puerto
sus proyectos.
Pero precisamente ahí está lo ilusionante de esta nueva etapa,
que dejará profundamente enterrada la vieja canción de la
apisonadora de las mayorías absolutas, como la que tuvo el PSOE de
Felipe González o la del PP de Aznar en la anterior legislatura, y
dará paso al apasionante juego de la política, que no es otro que
el arte de la negociación, la cesión y el diálogo. Asuntos de
primerísimo orden les aguardan: el terrorismo islamista -que ayer
dio un sobresalto en la línea férrea del AVE-, el terrorismo
etarra, la violencia doméstica, la precariedad laboral, la reforma
educativa, el peliagudo destino de los soldados españoles en Irak,
el diálogo con los nacionalistas y el problema de la vivienda,
entre otros.
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