Al viejo lema de «España va bien» empiezan a salirle algunas
fisuras más que preocupantes. Y no hablamos ya de economía, ni de
política, sino de algo mucho más profundo que revela aspectos
despreciables de nuestra forma de ser y de vivir. Nuestro país está
entre los que practican más turismo sexual con menores (junto con
Francia, Italia, Alemania y Bélgica, naciones supuestamente
«civilizadas»). Una noticia escandalosa a la que no se le ha dado
el eco que merece. Más si tenemos en cuenta que aquí mismo, en
España, hay unos cinco mil niños atrapados en redes de prostitución
infantil. Un asunto tan espeluznante que cuesta creerlo.
Algo, verdaderamente, va mal en un país en el que muchos,
muchísimos adultos -los informes hablan de 35.000 turistas sexuales
al año- necesitan abusar de un niño para satisfacer sus apetitos. Y
algo terrible ocurre cuando muchísimos adultos siguen creyendo que
la mujer, especialmente su mujer, es un objeto que puede
destrozarse cuando uno se pone de mal humor.
No son cuestiones baladíes ni que admitan ninguna clase de
frivolidad o de indiferencia. Todos deberíamos ponernos en pie de
inmediato para combatir y denunciar cualquier atisbo de abusos de
este tipo del que tengamos noticia o sospecha.
Una sociedad que mira hacia otro lado cuando están ocurriendo
cosas de este calibre es una sociedad enferma que no deberíamos
tolerar. Por desgracia, parece ser éste un modelo muy «europeo» de
conducta. No en vano las cifras de abuso infantil en los países
vecinos resultan aterradoras. Una situación, en fin, que se produce
gracias a la pobreza generalizada de muchos países del sur cuyas
gentes se ven obligadas a todo con tal de sobrevivir.
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