Algo muy serio está sucediendo con los Gobiernos y los servicios
de inteligencia de los países presentes en la cumbre de Las Azores:
Estados Unidos, Gran Bretaña y España, en la que se decidió
finalmente la intervención armada en Irak. En aquellos momentos la
posibilidad de que Sadam Husein hiciera uso de armas de destrucción
masiva fue el argumento esgrimido por George Bush, Tony Blair y
José María Aznar para justificar la guerra y el derrocamiento del
dictador iraquí.
Pero ahora, la CIA y los servicios secretos británicos
cuestionan la veracidad de aquellas presuntas informaciones y
contradicen a sus propios gobernantes, de tal manera que Bush y
Blair se han visto obligados a ordenar investigaciones para
determinar qué sucedió para que los servicios de información
hablasen, si es que realmente lo hicieron, de la presencia de unas
armas de destrucción masiva que, dadas las últimas investigaciones,
hoy por hoy son inexistentes. Incluso el viernes, el ministro
Eduardo Zaplana dijo que el Gobierno pudo equivocarse al adoptar su
postura favorable a la guerra, aunque dijo que se basó en
informaciones que apuntaban a la presencia de ese armamento.
Es terriblemente grave que se haya producido una guerra por algo
que no existe y ahora hay que dirimir a quien pertenecen las
responsabilidades. Estados Unidos y Gran Bretaña han comenzado,
pero, en el caso de España, Aznar parece completamente cerrado a
cualquier investigación que quiera abrirse sobre este asunto.
La tragedia del pueblo iraquí se ha visto incrementada por un
conflicto que nunca debió producirse, pero que no es bueno que se
deje en el olvido como pretenden algunos de los que decidieron
emprenderlo.
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