Flaco favor acaba de hacerle Josep Lluís Carod-Rovira a su
compañero de gobierno y presidente, Pasqual Maragall, con su
entrevista con ETA y con la propuesta tratada durante la misma de
una tregua específica para Catalunya a cambio de una declaración
independentista y de manifestar su apoyo a la independencia de
Euskadi. Y ha creado un nuevo problema al candidato socialista a
ocupar La Moncloa, José Luis Rodríguez Zapatero, que anoche
expresaba su «condena rotunda» al conseller en cap y pedía al
presidente de la Generalitat que aceptara su dimisión.
Se supone que a Carod Rovira no le movía más que la intención de
hacer bien las cosas cuando aceptó el encuentro con los
terroristas, pero se equivocó. Ahora ya no es sólo el líder de un
partido político, sino el conseller en cap de la Generalitat y,
como tal, representante de todos los habitantes de esa comunidad
autónoma. Por ello aparece como un disparate su reunión con la
cúpula etarra. Pero no sólo eso, sino que además el momento
elegido, a dos meses de las elecciones generales, y cuando el
tripartito catalán está en el punto de mira de todos desde que se
formalizó, constituye una torpeza imperdonable, que da motivos -y
esta vez más que justificados- al PP para descalificar cuanto haga
la Generalitat de Catalunya.
Así las cosas, en estos momentos -cuando la lucha policial y
política contra el terrorismo está siendo efectiva- nadie ha
planteado la posibilidad de una negociación con ETA, y atribuirse
ese papel por su cuenta y riesgo ha sido una temeridad. Máxime si
lo que pretendía Carod era blindar a Catalunya contra los
atentados, olvidándose de otras regiones que han padecido también
los zarpazos del terror. Algo que resulta, por lo menos, inmoral.
Una cosa es defender presupuestos independentistas, algo
absolutamente legítimo, y otra muy distinta pretender negociar con
quienes sólo utilizan la amenaza y el terror como argumentos. Éste
no es el mejor modo de poner fin a uno de los mayores problemas del
país.
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