En un país en el que la violencia doméstica se ha convertido en
un problema tan grave como el terrorismo, en el que cada semana
mueren personas a manos de sus compañeros y en el que cada granito
de arena para luchar contra esa lacra es importante, la realidad
choca de frente cuando se trata de poner barreras al terror.
Si no era suficiente el sexismo implícito en la educación, en la
publicidad, en el cine y hasta en la literatura, de vez en cuando
los jueces de este país nos «regalan» algunas perlas dignas de un
museo de los horrores. Como el titular del Juzgado de lo Penal
número 22 de Barcelona, Francisco Javier Paulí, que ha absuelto a
un hombre del delito de maltrato reiterado a su joven esposa por
falta de pruebas, haciendo incluso hincapié en que la víctima
«vestía a la moda», cambió de modelito cada vez que se presentó en
el Juzgado e incluso llevaba joyas y hasta un piercing. Así que,
según la absurda visión de este magistrado, parece que el delito,
casi casi, lo ha cometido ella por el mero hecho de ser joven,
hermosa, tener una autoestima elevada y saber superar unos hechos
tremendos a los que se vio abocada por ser menor de edad, marroquí
e inmigrante ilegal, vendida por sus padres a un esposo al que no
conocía. De esta forma, por no dar «el perfil» típico de la
maltratada hundida, deprimida y sin perspectivas de futuro, el juez
ha dejado a esta mujer en manos de un marido que, en el peor de los
casos, podría volver a las andadas con consecuencias inciertas.
Todos sabemos que la ley es todavía insuficiente para frenar
este tipo de delitos, que las sentencias son muchas veces
discutibles, pero lo peor del caso es que, en demasiadas ocasiones,
el futuro de una persona queda en manos de la interpretación
personal y peculiar del juez que le toque en gracia.
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