Si alguien echa un vistazo al último informe del «Worldwatch Institute» referido al estado del mundo y a sus recursos, no puede dejar de pensar que lo verdaderamente inteligente sería volver a lo de antes, a lo de siempre, a la explotación de una agricultura y una ganadería tradicionales y, en definitiva, al consumo de productos locales. Porque si algo queda claro en el referido informe es que quiénes consumen alimentos procedentes de dicha forma de explotación apenas reciben una tercera parte de los residuos de pesticidas, lo que obviamente redunda en un gran bien para su salud. La actual manera intensiva de producir alimentos es realmente desastrosa, no tan sólo porque acaba con los recursos del planeta, sino porque ejerce un efecto pernicioso sobre la salud de los seres humanos. Hoy en día es preciso admitir que los actuales sistemas de producción suponen un enorme riesgo para la salud de los ciudadanos del mundo. La mayoría de alimentos que se consumen representan una absurda explotación en lo concerniente a los recursos necesarios para obtenerlos. Vivimos en un planeta predador de sí mismo, en el que se saquea lo que se debiera extraer racionalmente y se manipula y transforma aquello que en buena lógica tendría que llegar al consumidor en su estado más natural. Urge un cambio radical en los modos de producción, y es ésa una información que no sólo llega del campo de los especialistas en nutrición, sino también de los economistas más preocupados por el futuro de la Tierra. Los productos alimenticios viajan sin ningún criterio de un extremo a otro del planeta, las reservas marinas son explotadas de forma arbitraria, y la ganadería es objeto de tratamientos inadecuados. En tales circunstancias, cabe preguntarse cuál es el porvenir de no introducirse elementos de sensatez en este panorama de consumo desbocado y descarada e insensata explotación.